calambur


Una vieja adivinanza dice:
Oro parece, plata no es.

La respuesta está oculta en la misma frase,
y aparece cuando se la pronuncia
con una cadencia levemente distinta:
Oro parece, plátano es.

Ese truco del lenguaje se llama calambur.
Dicho con palabras un poco más formales, en un calambur las sílabas
o letras de una expresión adquieren significado completamente distinto
al cambiar el lugar de separación de las palabras.

A veces, la escritura es diferente, pero suenan igual al oído.

El diccionario de María Moliner trae este ejemplo:
Ató dos palos. A todos, palos.

Quizás el calambur más logrado sea el que el escritor mexicano
Xavier Villaurrutia incluyó en su poema
«Nocturno en que nada se oye».
Y mi bosque madura.
Y mi voz que madura.
Y mi voz, quemadura.
Y mi voz quema, dura.

De la poesía clásica castellana son estos dos octosílabos:

Diamantes que fueron antes / de amantes de mi mujer.

Aunque no repiten exactamente las mismas letras,
una pronunciación apresurada las hace iguales.

Otros, de autor no identificado:

Si el rey no muere, el reino muere.
Yo lo coloco y ella lo quita.
Yo loco, loco, y ella loquita.
Entreno en coche deportivo.
En tren o en coche deportivo.

Les Luthiers, expertos jugadores de palabras,
tienen una canción que lleva de título:

Quien conociera a María, amaría a María.

La página correspondiente a los calambures
en Juegos de palabras incluye otros ejemplos,
de donde sacamos la mayoría de los que siguen:

Hilos cruzados ayudaron al rey.
Y los cruzados ayudaron al rey.
(Mercedes de los Santos.)

El dulce lamentar de dos pastores.
El dulce lamen tarde dos pastores.
(Garcilaso de la Vega.)

Con dados ganan condados. (Góngora.)

Útiles de jardinero. Útil es dejar dinero. (Francisco Briz.)

martes, 16 de junio de 2009

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