EL PLACER DE LOS ADVERTIDOS
ÉSTA TAMBIÉN ES LA NIEVE
Isbel Díaz
ÉXODO
Voy a sacarlos de este país y a llevarlos
a una tierra grande y buena, donde
la leche y la miel corren como el agua.
Éxodo 3.8
De los naufragios conocerás,
de las artes como piras que consumen,
y no encuentro qué estrella darte en tu éxodo,
cómo empaquetar mi umbral --madre para las lluvias--
entre tus colecciones y libros apuñalados.
Cuando Egipto dejes de respirar y sus arenas
en la espalda de algún amante encuentres,
cuando frente a un mar cualquiera nombres:
Egipto, Ítaca, Colón,
ya no sabré dónde esconder la culpa:
esta tierra pequeña donde la leche y la miel escasean tanto
y tanto escasea el ala.
No existen pertrechos luminosos en este junco,
sus bordas, las aguas que corta, son los desiertos de Shur, del Sinaí,
todas las arenas hasta Canaán marcándose en tus plantas.
Subirán soles forasteros hermanos de mi sol
que dejarán otras marcas en tu capa
y la sal cristales distintos formará
en las cavernas que alguna vez entreví,
cuando vomitabas tu desarraigo y tus flores y tu abuela-reina
que escaló también en mí, sí, con su voz
que eras tú sobre la cama de todos nosotros.
¿Cómo se despiden las aves, los cuadros de las paredes, las mantas?
se miran en el silencio quizás,
y sin romper nada zarpan hacia el tiempo,
como unos reyes elfos que desconocen la muerte,
como unas botellas vacías y sin filos.
Conocerás de los naufragios, entendámonos,
no habrán asideros mejores que tus versos hincando el suelo,
como hoy,
y esas bestias salvadoras habitarán siempre
el país que cargas a la espalda,
con sus panes, pero con sus traiciones.
Soy uno de esos monstruos que te apoyan,
que salvan, cuando miras,
el paisaje más despejado para tu frente,
pero me destierro sin moverme en este recinto,
como si quedaran átomos limpios en este espacio tras tu fuga.
ÉSTA TAMBIÉN ES LA NIEVE
Isbel Díaz
ÉXODO
Voy a sacarlos de este país y a llevarlos
a una tierra grande y buena, donde
la leche y la miel corren como el agua.
Éxodo 3.8
De los naufragios conocerás,
de las artes como piras que consumen,
y no encuentro qué estrella darte en tu éxodo,
cómo empaquetar mi umbral --madre para las lluvias--
entre tus colecciones y libros apuñalados.
Cuando Egipto dejes de respirar y sus arenas
en la espalda de algún amante encuentres,
cuando frente a un mar cualquiera nombres:
Egipto, Ítaca, Colón,
ya no sabré dónde esconder la culpa:
esta tierra pequeña donde la leche y la miel escasean tanto
y tanto escasea el ala.
No existen pertrechos luminosos en este junco,
sus bordas, las aguas que corta, son los desiertos de Shur, del Sinaí,
todas las arenas hasta Canaán marcándose en tus plantas.
Subirán soles forasteros hermanos de mi sol
que dejarán otras marcas en tu capa
y la sal cristales distintos formará
en las cavernas que alguna vez entreví,
cuando vomitabas tu desarraigo y tus flores y tu abuela-reina
que escaló también en mí, sí, con su voz
que eras tú sobre la cama de todos nosotros.
¿Cómo se despiden las aves, los cuadros de las paredes, las mantas?
se miran en el silencio quizás,
y sin romper nada zarpan hacia el tiempo,
como unos reyes elfos que desconocen la muerte,
como unas botellas vacías y sin filos.
Conocerás de los naufragios, entendámonos,
no habrán asideros mejores que tus versos hincando el suelo,
como hoy,
y esas bestias salvadoras habitarán siempre
el país que cargas a la espalda,
con sus panes, pero con sus traiciones.
Soy uno de esos monstruos que te apoyan,
que salvan, cuando miras,
el paisaje más despejado para tu frente,
pero me destierro sin moverme en este recinto,
como si quedaran átomos limpios en este espacio tras tu fuga.
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