Metálicos graznidos, pájaros que escupen fuego
sobre soberbios edificios.
Terror, escombros, la tierra sorprendida.
Muerte, podredumbre.
Juan o Peter o Haddad
sucumbieron en atalayas de hierro
igual que Yomiko quemada en Hiroshima
o Lu-Yu de leucemia en Nagashaki,
o Yim el vietnamita mientras arroz sembraba
y su padre de ébola se consumía.
No quiero morir sometida a torturas.
ni engrosar las listas de acribillados
o como Pedro y Lupita al cruzar el Río Bravo
y menos cubierta de miseria el alma
bajo el velo del fundamentalismo.
No deseo morir como el indígena en México, Guatemala,
El Salvador o Nicaragua.
No quiero que alguno de mis hijos
muera en un avión sometido por terroristas
pero tampoco bajo uno de ellos en Afganistán,
Irak o Sarajevo, Kosovo o Puerto Rico,
ni en Corea del Norte, Panamá o Vietnam.
No quiero que la venganza sature de muerte
la existencia,
hay que erradicar el odio del corazón
y el ojo por ojo que terminara por cegar al mundo
sobre soberbios edificios.
Terror, escombros, la tierra sorprendida.
Muerte, podredumbre.
Juan o Peter o Haddad
sucumbieron en atalayas de hierro
igual que Yomiko quemada en Hiroshima
o Lu-Yu de leucemia en Nagashaki,
o Yim el vietnamita mientras arroz sembraba
y su padre de ébola se consumía.
No quiero morir sometida a torturas.
ni engrosar las listas de acribillados
o como Pedro y Lupita al cruzar el Río Bravo
y menos cubierta de miseria el alma
bajo el velo del fundamentalismo.
No deseo morir como el indígena en México, Guatemala,
El Salvador o Nicaragua.
No quiero que alguno de mis hijos
muera en un avión sometido por terroristas
pero tampoco bajo uno de ellos en Afganistán,
Irak o Sarajevo, Kosovo o Puerto Rico,
ni en Corea del Norte, Panamá o Vietnam.
No quiero que la venganza sature de muerte
la existencia,
hay que erradicar el odio del corazón
y el ojo por ojo que terminara por cegar al mundo
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