en la moviola

EL PLACER DE LOS ADVERTIDOS
EN LA MOVIOLA
Gaudencio Rodríguez Santana
EN LA MOVIOLA
.un cementerio de trompos d
e madera,
donde nadie los ve pero se sienten.
Frank Alberto (niño de once años)
Todas las imágenes de la ciudad están rotas,
como zurcidas por algo que las hace, sin embargo, en la moviola
persisten esos trazos vacíos. Rostros de la moviola
adulterados, iguales infinitamente, y por lo mismo
la ciudad es como un escombro otro, o el espacio
donde sepultan por siempre los juguetes de madera, una artesanía
que ya nadie puede hallar, pero que acaso
sentimos sus giros en derredor de las ruinas.
En la moviola la ciudad es eso: un cementerio de juguetes vacíos,
rostros del último avioncito de papel que dejó de importarnos.
(A otros tampoco la ciudad les importa. No es necesaria
La casa donde muere el santo o el hereje.)
Sólo basta mover la manigueta hacia un lado o hacia el otro
para que vislumbremos que a veces
es la moviola tan real y enorme, tan igual a nosotros
cuando miramos el pecho de las casas roto en la humedad de las puertas.
Por eso tal vez ya nadie siente cómo los niños de otra edad
juegan. Son furias, eternidades del juego que se pudren
en este interminable ritornello. ¿O las calles ahora se deshacen
en el gesto de mover los dibujos, o hacerlos increíblemente palpables?
Frente a este juguete --trompo de falsa realidad--,
me paro a contemplar los espacios que nunca imaginé de una ciudad.
En estas antiguas moradas de esplendor ahora sólo hay
ratas y tejas, polvos que iremos asimilando a nuestros pies, en las manos
encallecidas e iguales al polvo que ellas guardan.
Veremos una vez más a la moviola discernir entre realidad y espasmo,
en el rostro obnubilado que perplejo descubre
las mismas huellas una y otra vez, y no comprende nunca
que igual al juego de los niños son los días (giros y más giros
donde nadie ve lo roto de sus gestos, y donde jamás
descubren los juguetes muertos, pero sienten
la tinta, la sensación de palpar en la yema de los dedos
huellas de barro y alquitrán, restos de orines y excrementos,
manchas de orín en las fachadas
que están definitivamente en la moviola).
POEMAS QUE HABLAN DE CIUDADES
He leído poemas que hablan de ciudades antiguas, rotas,
desperdigadas en mapas imaginarios,
de calles estrechas y ruinas en la bruma.
He hallado el secreto de sus ladrillos
en esa perpetuidad que aún los mármoles tienen.
He visto el musgo en los muros que también las piedras guardan.
He dicho mía a las ciudades y las he habitado por siempre.
Todas han sido ciudades vacías. No hay siquiera
un simple mendigo que la habite
o ratas que roen tanto vicio. No hay
lentos carruajes o el humo del vapor que asciende.
Son simples versos que quienes andamos por la ciudad
no aprendemos a leer. Y en esa no historia
aún no comprendo al niño que regresa a casa
y llora por sus rodillas y sus manos.
¿Qué mujer aguarda estos poemas al igual que yo?
¡Ah!, mis poemas imposibles, o las ruinas del poeta que fui,
están entre la historia que leo de las ciudades,
en esa historia en minúscula, acaso minusválida, o tal vez
la real historia de versos que fundaron
nuevos muros en las ciudades antiguas.
He leído versos de una salvaje enormidad, de una cósmica quietud,
sonoros ritmos que las arenas del desierto hacen legendarios mitos a destruir.
No he creído siquiera en mi humildad o mi gloria, simplemente fui.
Dentro del marasmo de piedras que tantos poemas significan
largas nubes de polvo se posan en mi garganta
y el poema que acaso ahora leía
vuelve a ser un parco silencio.
Sin embargo, me han cerrado para siempre las puertas de las murallas
y desde el tiempo contemplo
cómo azufre y fuego destruyen la ciudad de los antiguos, o acaso
la no ciudad que está en el desierto, rígida en su muerte,
mientras la sal va colmando los huesos de la mujer que observa.
EL SIGNO DE LA PRÓXIMA ESTACIÓN
El signo de la próxima estación no nos anuncia
ese sitio preciso, el lugar donde a veces
se sientan los ancianos a ver correr los hombres,
esas muchachas tímidas que vuelven.
Es acaso una masa que nos borra la lluvia
y un hálito de invierno en vísperas de otoño.
Cada estación cruje en el paso de un lugar a otro,
simples sitios por donde alguna vez se marcharon
soldados que iban a las guerras, paisajes
que el humo vuelve un rostro, emboscadas,
silencios hechos con ese temor extraño
que producen los viajes a ningún sitio.
Y hasta el alba, y el grito que anuncia a los viajeros
que el tren ha de partir en medio de la niebla.
Pero en alguna estación hay un destino marcado por la nieve,
una mujer que aguarda, una mano de niño que saluda
al extraño que viene de otro mundo. Hay una muchacha
que corre por el borde de los andenes ansiosa
mientras el tren se marcha y ha dejado olvidadas
las cartas que le abrieran las puertas del regreso.
Es como para que las estaciones
fueran el sitio que anuncian al borde del camino,
no la sorpresa que nos grita al oído
o el polvo de las viejas estaciones de paso.
EN LA SOMBRA DE UN TÚNEL, DOS HERMANAS
para Carmen Sofía
Dos hermanas andan por un túnel
y escuchan la suave melodía de un mendigo.
Es una flauta. Es una música de ángeles
la que escuchan calladas las mujeres,
y ellas sienten que acaso unas monedas
sirvan de pan para el músico triste.
Nadie comprende cómo acaso una tarde
las hermanas traían entre sus manos
el poco de amor, o la leve transparencia del aire
que sucio y deseoso se agolpa
en el tibio regazo de la mendicidad.
Tarde fogosa de Madrid, mientras la lejanía
vierte su rostro en el rostro de un mendigo.
Llueve quizás en otras ciudades del mundo.
Un niño llora ajeno en el paisaje
y las praderas se hunden cada día en la intranquilidad
de animales que mueren por el fuego.
Sólo una flauta descansa junto al joven.
(Él ha podido regresar a casa, dar de comer
al magro animal que le acompaña).
Dos hermanas regresan
con un poco de sal, con una sonrisa
que apenas signifique un poco de alborozo.
En sus sonidos hay una flauta triste,
y el tintinear alegre hecho por las monedas
que ofrendaron calladas en un túnel vacío.
MERCADOS INAUDITOS
Se vende un pedazo de sombra,
un trozo de mar en el país.
Se vende un poco de sol donde respiran
otras arenas que creíamos salvadas.
Vale pocas monedas este escarnio.
A otro corresponde
guardar en sus bolsillos
el oro del estado. Sombras pagadas,
hasta la lejanía cuenta; y siempre
el sutil prestamista, o aquel
que compra su rincón de país, un espacio
bajo la soledad de su canícula.
LAS FOTOS DE LA HERMANA
--Mariel, 1980--
Hoy vienen por fin las fotos de la hermana, la que dejó
su noble corazón debajo de la puerta, aquella hermana triste
tan lejana y desnuda
como el propio mar que la devuelve.
Le habíamos sembrado un rostro indeseable.
Le habíamos colocado sábanas al retrato
y en nuestro corazón las lluvias del invierno
resultaron más grises.
Sin embargo, hoy vienen por fin las fotos de la hermana,
su rostro en Central Park,
o las luces nocturnas de una ciudad distante:
nuevos retratos que también
se quedaron vacíos de memorias.
Ahora la esperamos, tan niños como siempre,
ávidos de sonreír, de romper como un relámpago
los años que dejamos pasar
graves ante la soledad de aquella hermana,
separada de todos por un poco de mar.
Ahora la esperamos, temerosos de llorar
por un poco de patria convertida
en discursos iguales y sin rostro.
"EL GRITO" DE EDVARD MÜNCH
Quien grita es acaso el último cadáver.
Quien dice del horror o de las luces lejanas o vacías
es el último cadáver, la amenidad a la que fuimos consagrados,
la lluvia y el espasmo del ácido en los cuerpos.
Es cuestión de escuchar aquí, de este lado,
la agonía del otro. Es ver la piedra, el hacha,
el engendro de hombre en la pared del cuadro.
Es romper el cuadro con aire y solo quedan
filos y humos. (También posibles palabras en el grito,
o su amenidad de siempre en nuestras obras).
Estoy mirando el cuadro como una solución que no puede ser
--yo que aguardo como los otros a que florezcan los resquicios del paisaje,
las lápidas que envuelven al barro del paisaje--.
Miro las manchas que Edvard Münch apenas colocó.
Ya nada dicen y sin embargo están en la pared.
(También hay una guerra que diluir en el grito,
y no el horror del cuadro que se observa).

sábado, 6 de septiembre de 2008

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