Padre nuestro que estás en el cielo, y eres nuestra Madre en la Tierra,
amorosa orgía trinitaria, creador de la aurora boreal y de los ojos enamorados
que enternecen el corazón,
Señor más allá del moralismo desvirtuado y guía de la trocha peregrina de las hormigas de mi jardín.
Santificado sea tu nombre grabado en los girasoles de inmensos ojos de oro,
en el enlace de un abrazo y en la sonrisa cómplice,
en las partículas elementales y en el candor de la abuela al servir la sopa.
Venga a nosotros tu Reino para saciarnos el hambre de belleza
y sembrar compartimiento donde hay acumulación,
alegría donde irrumpió el dolor,
sabor de fiesta donde campea la desolación.
Que se haga tu voluntad en los caminos desorientados de nuestros pasos,
en los ríos profundos de nuestras intuiciones,
en el vuelo suave de las garzas
y en el beso voraz de los amantes,
en la respiración jadeante de los afligidos
y en la furia de los vientos convertidos en huracanes.
Así en la Tierra como en el cielo,
y también en la médula de la materia oscura
y en la garganta abisal de los agujeros negros, en el grito inaudible de la mujer maltratada y en el prójimo mirado como desemejante,
en los arsenales de la hipocresía y en las cárceles que congelan vidas.
Danos hoy el pan nuestro de cada día,
y también el vino inebriante de la mística alucinada,
el coraje de decir no al ego propio y el dominio vagabundo del tiempo,
el cuidado de los desheredados y la valentía de los profetas.
Perdona nuestras ofensas y deudas,
la altivez de la razón y la acidez de la lengua,
la ambición desmesurada y la máscara con que cubrimos nuestra identidad,
la indiferencia ofensiva y la adulación reverencial,
la ceguera ante el horizonte desnudo de futuro
y la inercia que nos impide hacerlo mejor.
Así como nosotros perdonamos a quien nos ha ofendido y a nuestros deudores,
a los que nos escarban en el orgullo e imprimen envidia en nuestra tristeza de no poseer el bien ajeno,
y a quien, ajeno a nuestra supuesta importancia, se cierra a una inconveniente intromisión.
Y no nos dejes caer en tentación ante el porte suntuoso de los tigres de nuestras cavernas interiores,
las serpientes atentas a nuestras indecisiones,
los buitres depredadores de la ética.
Pero líbranos del mal, del desaliento, de la desesperanza,
del ego inflado y de la vanagloria insensata,
de la insolidaridad y de la flacidez del carácter,
de la noche sin luna de sueños y de la obesidad de convicciones demasiado seguras.
Amemos.
amorosa orgía trinitaria, creador de la aurora boreal y de los ojos enamorados
que enternecen el corazón,
Señor más allá del moralismo desvirtuado y guía de la trocha peregrina de las hormigas de mi jardín.
Santificado sea tu nombre grabado en los girasoles de inmensos ojos de oro,
en el enlace de un abrazo y en la sonrisa cómplice,
en las partículas elementales y en el candor de la abuela al servir la sopa.
Venga a nosotros tu Reino para saciarnos el hambre de belleza
y sembrar compartimiento donde hay acumulación,
alegría donde irrumpió el dolor,
sabor de fiesta donde campea la desolación.
Que se haga tu voluntad en los caminos desorientados de nuestros pasos,
en los ríos profundos de nuestras intuiciones,
en el vuelo suave de las garzas
y en el beso voraz de los amantes,
en la respiración jadeante de los afligidos
y en la furia de los vientos convertidos en huracanes.
Así en la Tierra como en el cielo,
y también en la médula de la materia oscura
y en la garganta abisal de los agujeros negros, en el grito inaudible de la mujer maltratada y en el prójimo mirado como desemejante,
en los arsenales de la hipocresía y en las cárceles que congelan vidas.
Danos hoy el pan nuestro de cada día,
y también el vino inebriante de la mística alucinada,
el coraje de decir no al ego propio y el dominio vagabundo del tiempo,
el cuidado de los desheredados y la valentía de los profetas.
Perdona nuestras ofensas y deudas,
la altivez de la razón y la acidez de la lengua,
la ambición desmesurada y la máscara con que cubrimos nuestra identidad,
la indiferencia ofensiva y la adulación reverencial,
la ceguera ante el horizonte desnudo de futuro
y la inercia que nos impide hacerlo mejor.
Así como nosotros perdonamos a quien nos ha ofendido y a nuestros deudores,
a los que nos escarban en el orgullo e imprimen envidia en nuestra tristeza de no poseer el bien ajeno,
y a quien, ajeno a nuestra supuesta importancia, se cierra a una inconveniente intromisión.
Y no nos dejes caer en tentación ante el porte suntuoso de los tigres de nuestras cavernas interiores,
las serpientes atentas a nuestras indecisiones,
los buitres depredadores de la ética.
Pero líbranos del mal, del desaliento, de la desesperanza,
del ego inflado y de la vanagloria insensata,
de la insolidaridad y de la flacidez del carácter,
de la noche sin luna de sueños y de la obesidad de convicciones demasiado seguras.
Amemos.
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