Bienvenida a deshora
No te esperaba, bruma, y vienes sin decirme
Y entras con ella, la empujas tras su lágrima.
No te maté, niebla tuya de ti
Nimbo con que te rodeas;
Te me fuiste acabando de familiares
Contraseñas y ajenos cinturones,
Te ibas yendo de talvez en tal vez,
Perezoso ese irte, y no pudimos
Ver tu cadera salir de mi costado,
amontonar olvido contra la ventana
en que solía esperar, como si nada,
mañana, el año venidero, el algún día,
pero es duro estar de pie toda la vida
y nos apuntálábamos los pechos, las rodillas,
cuando todos los ojalases tambaleaban,
y es duro recordar, quehacer
de quien espera cartas y no cuerpos,
y yo quiero el olor que la noche dejaba
escapar de alcoholes melancólicos,
y es duro en la mañana reponerse los ojos
y ver los días con una sola estatua
injusta, y ver desmantelado y viudo
y qué desmemoriado el traje
y qué juntas sobre el sexo las manos,
guantes de menta, que me habían acogido,
y cómo te regresas de repente
a la acabada, a la dormida ausencia
de quien ninguna ocupación tiene conmigo,
como si no lloviera, como si no puediéramos
desencruelecernos, reconsiderarnos, rehacer
de nuevo con paciencia los entonces
y estar otravezmente comenzando.
No te esperaba, bruma, y vienes sin decirme
Y entras con ella, la empujas tras su lágrima.
No te maté, niebla tuya de ti
Nimbo con que te rodeas;
Te me fuiste acabando de familiares
Contraseñas y ajenos cinturones,
Te ibas yendo de talvez en tal vez,
Perezoso ese irte, y no pudimos
Ver tu cadera salir de mi costado,
amontonar olvido contra la ventana
en que solía esperar, como si nada,
mañana, el año venidero, el algún día,
pero es duro estar de pie toda la vida
y nos apuntálábamos los pechos, las rodillas,
cuando todos los ojalases tambaleaban,
y es duro recordar, quehacer
de quien espera cartas y no cuerpos,
y yo quiero el olor que la noche dejaba
escapar de alcoholes melancólicos,
y es duro en la mañana reponerse los ojos
y ver los días con una sola estatua
injusta, y ver desmantelado y viudo
y qué desmemoriado el traje
y qué juntas sobre el sexo las manos,
guantes de menta, que me habían acogido,
y cómo te regresas de repente
a la acabada, a la dormida ausencia
de quien ninguna ocupación tiene conmigo,
como si no lloviera, como si no puediéramos
desencruelecernos, reconsiderarnos, rehacer
de nuevo con paciencia los entonces
y estar otravezmente comenzando.
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