días de reparaciones...

DÍAS DE REPARACIONES
Edelmis Anoceto Vega


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LLUEVE DENTRO DE MÍ, como sobre las ascuas, esa lluvia intangible que me obliga a olvidar. Una vez más la espera, los cristales, en un rapto se funden y en mí se multiplican como seres ambiguos. Es preciso entenderlos, dejarlos en su sitio, cada uno un milagro, cada uno un enigma que pasa por mi lado. Una vez màs el párpado entreabierto y lo que pasa afuera sin otra semejanza que esta suerte violada por los años. Una vez más, enemiga memoria, te sé tras los cristales. ¿Para los ojos cae esa morada lluvia? ¿Otro es quien da a tu cuerpo soledad? La casa de la luz azul está cerrada. El bosque está cerrado. Está cerrada la hoguera. Hay una estación donde callan los hombres y está cerrada. Están cerrados los templos, las guerras, las palabras. Oh cause de palabras, está cerrado el parto, la pregunta. ¿Para los ojos cae esta morada lluvia?

Llevo en el corazón temibles adicciones, signos que son mi nombre y mi dibujo. Por ellos aprendí los barcos en la niebla, los muertos esculpidos, las tumbas y los dioses. Estuve preso en ellos, yo los vi padecer la errancia merecida por los cuerpos que maldije. Soy frío, sostengo el arpón casi como ayer. Mañana no sabré las dudas en mi rostro, cada paso baldío de mi piel a la luz, cada misión del verbo. Incomprensible tú, enemiga memoria, ida de los poemas como mi aliento ahora. Descubriste mi rastro a través de las islas y has querido saber cómo brota la miel, y has preguntado dónde se bebe el agua. Porque tu casa es polvo y está cerrada y está cerrada su alba.

Un sueño, un sagrado animal que viaja sin ser visto, una constelación de naves siderales, la maniobra del ángel contra el ángel. Incomprensible tú, enemiga memoria, otro es quien da a tu cuerpo soledad.

Países, cuencas, tinieblas, que empiece la humedad a destruir los muros para que no compares tu silencio pasado con lo que hoy escapa. Azul la luz en la casa del sueño, negra su realidad. Azul en la demencia sus jardines tapiados. Llueve dentro de mí, como sobre el arrecife, todo el temor que pueden los niños inventar, los idiomas que callo por no serme infiel. Sobre mi patio llueve, aunque no sepa cuánto.

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DE UNA VEZ Y por todas, debiera ser paciencia este dominio donde tejo el asombro. El asombro que mana de las cosas errantes, la paciencia inevitable. Tendría mi bondad que ser exacta a la hora de hacerme a la deriva. Doy con mis ojos allí donde he vivido y no encuentro respuestas. Respuestas no, ni siquiera palabras o las mentiras que iba a preguntar. Esta respiración no debiera ser mía, tampoco de mis padres el capricho de fundar el discurso donde dije que el sueño es un viaje parcial o la suma invisible de lo que no comemos. Recuerda, humana gloria, que ya nada se escribe, ya nada es caída libre ni proclama oxidada. Todo ha sido una piedra vergonzosa en la conciencia, la cuota de azar que nos faltó por temor a encontrarnos.

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REPARO LAS ESTACIONES QUE vendrán. Aquí una piedra, una palabra aquí. los rostros de los hombres entre páginas rotas. Ellos mirando, con sus ojos mirando. Madera en la ventana donde creció mi juego sin sentir el dolor. Tomando con mis manos la braza sin sentir el dolor.

Había una calle, un sitio de sombra para despertar, pero era insuficiente la voz antes del sueño, y era inútil la espera. Había un parque con floristas y adoquines, y algún color ardía en la impaciencia, porque nada era tan posible como una calle perdida, que no puede encontrarse en los días de las reparaciones. Aquí una piedra, una palabra aquí.

La voz insuficiente ha suplido mi lengua en la imaginable hora del desierto. Hay una calle, volvía mi canción hasta sus ojos, y a su boca volvía mi sed.

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LOS ANIMALES PIERDEN EL corazón en las apuestas con hombres diurnos y de una sola palabra. Este es un hecho desprovisto de toda casualidad e inexorable: los animales pierden el corazón. A cada bramido corresponde un espasmo en la sangre y las bestias padecen la demencia humana, añaden a sus vicios otros vicios menores. Huellas que son su escritura, movimientos intrascendentes. Por fin en el mercado apesta la nobleza de las vísceras, abundan las indecisiones y las dudas. Nunca se sabe adónde girar, en que orden tantear las frutas, con la frustración de no poder llevarlas a la boca, de no poder rodarlas calle abajo. Frutas sanguíneas, sudorosas, una vez fueron la inmortalidad.

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LOS ADIVINOS HACEN SU agosto en el tiempo de la lluvia, tras el muro donde tiraron sus colillas los fumadores furtivos. En esta época no es preciso hablar de poesía ni tenderse en la yerba a escuchar los insectos. Como los adivinos, ellos dicen el futuro de la noche, y una noche no muere con un rayo de luz sino con el cansancio. La lluvia cala, los huesos quiebran. Solo la perfecta estructura metálica de un insecto es invulnerable. La caída de un árbol o un acto predación pueden ser ilusorios, acaso una distracción inaplazable.

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COMO EN UN JUEGO de ajedrez insoportable, no llegaremos a saber lo que vendrá después que pase la dolencia de los astros sobre el techo de zinc. La derivación de las cosas hará posible la noche de Walpurgis, aunque nadie imagine el sexo acumulado en los amantes, la premura destilada por los reos entre fantasmas de una ciudad que no puede ser andada porque ya su milagro se descubre como una gran luna colgante, impaciente sobre los árboles.

Las figuras se idealizan y se destruyen con el viento, sus piezas vuelan por las avenidas para luego posarse en las estatuas. Y allí yo escucho absorto y pregunto "¿Puedo tocar tu milagro? ¿Puedo sacrificarme?"

Iba en el día de la muerte a inclinarme sobre un cuerpo, un cuerpo que es un lago y se desmaya sin dolor, bajo una respiración que traslada las piedras y convierte los nombres en verdades, las aves en símbolos.

Iba sobre esos abismos a navegar cuando la letanía del sueño fracasaba entre miles de sombras, buscando mi recuerdo. No conozco, yo invento una infancia perdida, dibujo los sismos en las cartas, observo puntualmente cada reencarnación de la conciencia, cada órgano extraído a la gloria. Iba a decirlo todo con la tranquilidad de ayer, pero heredé la violencia que soportan los brazos y la dificultad de los aparecidos. Asomado a las visiones de mi casa pude adivinar el suicidio de los hombres, en altares sin lujos, sin banderas bien puestas a secar sobre los sueños y conquistas de mañana.

viernes, 12 de septiembre de 2008

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