Cuando Jorge Carrera Andrade vio el cuadro que había pintado Oswaldo Guayasamín, su vena poética comenzó a acelerarse. Un minuto después, escribía sobre la página en blanco de un libro "Yo quiero que a mí me entierren como a mis antepasados...".
Era el 7 de noviembre de 1950 y Guayasamín había invitado a sus amigos a una fiesta en su departamento de la García Moreno y Galápagos. Se acercaba la medianoche y el pintor decidió mostrarles su último trabajo, llamado El origen, que mostraba una figura humana en el fondo de una vasija de barro. Así lo recuerda Gonzalo Benítez, quien fue uno de los invitados esa noche, junto con Luis Alberto Valencia.
De las manos de Carrera Andrade, el libro pasó a las del poeta Hugo Alemán, quien continuó con la segunda estrofa. Y así, al calor de los tragos y de la conversación, el libro pasó a manos del pintor Jaime Valencia y luego a las de otro poeta, Jorge Enrique Adoum.
Gonzalo Benítez quizo tomarlo también, pero no se atrevió. Ahora recuerda que su talento estaba reservado para otra cosa. Cuando el libro retornó a manos de Carrera Andrade, este miró a Benítez y su guitarra. El cantante se refugió bajo una escalera y comenzó a tararear primero y a tocar después, en ritmo de danzante, una de las canciones más emblemáticas de la música ecuatoriana. A las seis de la mañana todos cantaban en coro Vasija de barro.
Pasaron seis años para que la canción fuera grabada en la fábrica de discos de Gustavo Müller. (GA).
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