Una poética para unos cuantos versos amorosos


Liberto (Desde Artevigo, Canarias. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)

Alguien dijo alguna vez, creo que Rosa Chacel, que escribir es comunicar un secreto. Luego vino Borges y remató diciendo que él esperaba y a veces algo venía (convertido ya en historias de palabras). Luego sólo quedaba -concluía Jorge Luis- aceptar el resultado como una fatalidad. Yo también quiero comunicar mi secreto, mi hallazgo, mi encuentro, el inesperado descubrimiento del siempre sorprendente y sorprendido verso que desciende sobre el papel para anunciarnos una nueva metáfora, una sugerente imagen, una cambiante emoción, con las que poder reconciliarnos de nuevo con el mundo, con la vida, con uno mismo.

Pero en un determinado momento te ocurre encontrarte frente a la soledad del lecho amoroso el día menos apropiado, la noche más desamparada e imprevista -por lo oído, visto y leído, siempre fue así y por siempre -cuentan- lo será-. Entonces oyes tu nombre en boca de un desconocido que se apiada de tu ridícula y trágica situación y te suelta un "tranquilo muchacho, no es la primera vez que ocurre, ni tú serás el último". De pronto, empiezas a sentir esta frase como la más asquerosamente consoladora de todas las posiblemente planteables para la maldita ocasión. En ese preciso momento -sin apenas pensártelo- sacas el puñal afilado que llevas fajado al pantalón -y que hacía meses que no utilizabas- y le das tres certeras puñaladas en el centro mismo del corazón. Cuando el desgraciado hombre anónimo cae al suelo, agarras fuertemente de nuevo el puñal ensangrentado con las dos manos y lo hundes hasta el fondo del tuyo -en tu ya sufrido y dolorido corazón- donde queda clavado, hasta la empuñadura de plata con rubíes y esmeraldas incrustadas, y que si la miras fijamente parece formar una figura lo más parecido a un corazón partido, el mismo que acaba de atravesar de una parte a otra, del uno al otro lado y ya esta vez por siempre jamás.

El punto final lo pondrá Julio Cortázar diciendo: "intentemos vivir reinventando pasiones nuevas, o reviviendo las antiguas con pareja intensidad".

Jose Almeida Alfonso



Orilla azul

Cuando duermes a mi lado,
como una gaviota ausente, suspendida,
un beso soñado recala
en la orilla azul de mis labios.

Entonces, la Luz perfecta, intensa, oscurece
en la noche que abarca circular las solas ansias,
y la árida tierra erosiona los anhelos amorosos
de nuestra centenaria quietud.

(Sólo nuestro milenario sueño pervive intenso
como aquel primer día de descubrimientos).

Entonces, volvemos a la luz total,
a la palabra que hiere,
a las manos-ansias, a los besos-párpados,
a las lunas-crecientes
que requieren nuestra presencia,
-inmediata voz percibida a lo lejos-,
en los callados ámbitos de nuestras miradas.

Hay como un abismo, siempre
que sucede al vértigo del amor,
que llenaré con caricias-palabras,
con palabras-estrellas, con sueños-abrazos
en el silencio preciso de sentir.

Cuando tu confianza esté agotada, será el otorgar
mi más grande ternura,
en un cercano oasis de palomas
para beber tus senos hasta no saciarme nunca,
y remontar el más alto vuelo
en las alas inmensas alas de tu corazón florecido.

(Luego dibujaremos en el lienzo azul del cielo,
siete, ocho, diez, mil estrellas de verde esperanza,
para que el sueño de la terrible truncada libertad
perviva por siempre-jamás en nuestros requeridos
Atlánticos Peñascos Africanos).

Nosotros sólo recordaremos
las tibias noches compartidas,
el exacto rumor de las caricias,
la linda calidez de tu piel de azucena,
que vuelve a encontrarnos de nuevo, sorprendidos,
en el mismo territorio del deseo presentido.
la espera

Uno siempre había esperado una cosa así:
poder hablar de lo inefable, poder ver lo invisible,
caminar por la senda de lo ilimitado
De los sueños imposibles, de los más altos ensueños.
Abandonar por siempre los engañosos atajos
que perturban el andar, doblegan el alma
y nos alejan de los más bellos paisajes.
Uno siempre había esperado a alguien como tú:
adorable, querible, más allá de todo oscuro
sentimiento,
más acá de toda innombrable pasión.
Uno siempre había esperado y por fin, llegaste
juguetona, revoltosa, arrolladora,
como una ola alta de luz a inundar
las orillas tenebrosas de mi oscuro ser.
Y llegaste, por fin,
magnífica, distinta, impetuosa,
como un incendio inmediato
a quemar las nubes de mi desolación,
a convertir en ceniza
los secos rastrojos de mi locura.
Uno siempre, no sé... quiso querer
que lo quisieran, como tú quieres
inmenso, profundo, verdadero
como un incontenible océano de pasión.

*****************

Tu mar, mi cielo

A veces la oscuridad de los cuerpos es la luz intensa.
El deseo voluptuoso, sensual, no ve
palpa, siente el contorno exacto de tu piel de azucena.
La mirada de fuego extiende todas las caricias
y voy, vamos, dibujando los perfiles del amor
en nuestros deseados espacios habitados.
Es la explosión del candor,
De el ansia remontando su vuelo de ternura.
Somos los horizontes azules, precisos
en un océano de olas inquietas, amorosas, juguetonas
que van, que vienen a nuestras geografías reconocidas.
Sólo los susurros del celaje, de la nube suspendida
distinguen la naturaleza de tu cielo,
el mar de mi pasión. Es inmenso
el placer de la contemplación, el roce
de tus labios incendiados
en el justo momento de la comunión:
rumor de pájaros ansiosos sobre las ramas largas
como abrazos, que suben bajan se enredan
derramando la perfecta fragancia del deseo último
por nuestros cuerpos sudorosos, fundidos
en un sólo destino amoroso.
Despacio, poco a poco, la flor presentida de tu encanto
hace florecer, incontenible, la fruta encendida de la pasión
Así puedo acariciar, beberme pletórico
la verdad revelada de tu cuerpo,
el secreto tesoro que descubro jubiloso:
rojísimas cerezas, carnosos pétalos
alimentan mis labios de luz, las manos de espuma
seducen las yemas dulces de mis dedos azules.
Un aire tibio recorre todos los sentidos,
desciende como un rayo un tremendo escalofrío,
cuando tu mar en mi cielo son uno
se repite deliciosa la hora perfecta
de los encuentros amorosos en la noche oscura.
Así, envueltos en esa atmósfera tenue, morimos de vida,
nos acercamos al origen, a la esencia de todos los caminos:
hacer sentir, sintiendo, el palpitar olvidado de la tierra,
los latidos más intensos del Universo.
***********************

Viajero del sueño

Hoy, de nuevo, como aquella primera vez
el paisaje se me muestra terrible,
absurdamente bello. Tan bello
que uno no quisiera perturbar
ni un sólo centímetro de su esplendor.
Entonces me olvido un instante
de aquella lejana crueldad: el paisaje concreto
siempre es pura fragancia que permanece, que te eleva
te seduce, te envuelve, sin más excusa
que su propia naturaleza adorable. Tan adorable
que siento sentir esa sensación inmemorial
de antiguos dioses, de dioses inquietos.
A ese eterno momento de puro goce
se dirigen todas las miradas,
todas las ambiciones
todos los destinos.
en ese eterno momento comprendo,
la necesidad de todas las caricias,
el deseo de todos los besos.

*****************************

Viaje a Tinamar

Desde La Aldea , lejano y solo,
a Tinamar, alto y húmedo,
recorro los terrribles y encantadores paisajes,
de una tierra redonda, absoluta, en extraña quietud,
para reencontrarme con la cándida ternura
de tu presencia volandera ,con las cascadas
a borbotones de tu risa,
con tu palabra luminosa que se enreda
siempreviva entre los almendros
y los tilos de mi vida.

Es que da gusto sentirse así, como en un sueño,
como si nada fuese real; -¿A qué más realidad?-
y bajar desde la cumbre a la playa a sentir
el rumor del mar, el vaivén de las olas inquietas
oliendo la fragancia de su espuma
por la cercana orilla tibia, por la suave arena húmeda.
Aquí el amor se convierte en una querencia necesaria
para poder soportar el peso de los siglos,
el insoportable peso de los años,
el siempre presentido murmullo de uno mismo.

*********************

Sueño alado

Cómo decirte que eres la perfecta
geometría de dos seres, la cierta
encarnación del amor,
el exacto rumor de la ternura.
Que tu corazón me adivina jubiloso los latidos
eternos de mi oscura vida,
que a tu lado revolotean sin cesar
los pájaros de la alegría.

Cómo decirte que eres la ansiada realidad
de todos mis sueños,
el auténtico ser de todos mis anhelos amorosos.

********************

Paseando

Paseando por Vegueta,
con un inmenso anhelo,
hiciste posar las palomas
de la felicidad en mi alma colmenera.

Junto a ti no hay que mirar al cielo
para ver, para sentir el azul completo
de un día luminoso.

****************

Descubrimientos

Es una delicia sentir tu respiración
en la oscuridad de la noche. Sentir tus latidos
serenos, como de mar en calma.
Sentir el calor de tu cuerpo fundiéndose
con el calor del mío,
para irradiar todas las cosas que conforman el espacio
de nuestros sueños.

Es una dicha descubrir que juntos podemos
hacer crece las flores con maravillosos colores,
de tantos jardines marchitos por el olvido.
Descubrir que nuestros más ansiados deseos
pueden esperar sin que sean consumidos
por el fuego de una pasión inútil.

Es una inmensa felicidad poder compartir
nuestras pequeñas cosas de gran alcance
que nos hacen intuir otras realidades más cercanas.
Compartir también, todas las desdichas
que se ciernen alrededor nuestro, dentro
como terribles puñales afilados.
Al fin, es una delicia sentirte,
una gran dicha descubrir nuestro inmenso anhelo
que llega como una ola alta de luz.

************************

Lejanías

Sentirte cerca es lo mejor
que me puede pasar. Lo más hermoso:
cercana a mí te quiero.
Y sólo cuando te alejas -no en la distancia física,
en la otra, quizás más cruel- sólo entonces creo morir:
sentir sobre mí cien mil atmósfera fulminantes.

No he aprendido a evitar este abandono mortificante,
este desesperante vivir de sentirte
tan lejana al lado mío.
Cercano a ti me quiero.

*********************

Revelación

Tu voz interior me llega clara, cristalina,
luminosa,
como de barranquillo sereno o día azul intenso.

Tus palabras son como olas reveladoras que tiernas
acarician,
las orillas de mi olvido, las playas de mi desolación.
Lo que antes era murmullo inaudible,
es ahora blanca espuma reconocible.
Lo que antes eran oscuras incertidumbres
son ahora purísimas montañas de certezas.
De tí me llegan viejos secretos callados
durante largos siglos de desamor.
De tí recibo las enseñanzas de los ciclos perfectos
de la naturaleza, el orden exacto de las estaciones.
Sé que juntos podemos andar, inventar
el camino de los sueños, la senda desconocida del amor.

******************

Naturaleza encantada

Todo es posible a tu lado, todo es distinto.
Contigo se siente la fuerza de los volcanes dormidos,
el poder de las estrellas lejanas,
la energía de las lunas del mar,
de los soles de las montañas.

Todas las cosas que tocas, que miras, sin querer,
impotentes, revelan su naturaleza entrañable.
Tienes el don de disipar todos los temores:
el temor de la vida y el temor de la muerte
aunque pervivan en ti como soplos de alas de mariposas.

A tu lado todo es distinto, todo es posible.

Contigo se aprende a mirar las cosas
con la mirada de la inocencia perdida
del candor rescatado.

Al final uno llega a creer
que todo, árboles, pájaros, montañas, flores,
lunas, besos, sólo existen para confirmar
la grandeza del amor.

**********************

Sin esperarlo

Hay que aprender de la dolorosa espina,
del punzante delirio de los verdes tallos,
-que asciende sabiamente colocada-

que hieren hondamente
que profundamente rasgan,

para que un día cercano, nuevo
para que una mañana distinta, hermosa
sin esperarlo, ya sin más
alcanzar la cima esplendorosa,
la inmensa belleza luminosa
de un tremendo rosal.



Otro principio

Desde siempre ruge el viento con sus dientes afilados,
el que hace surgir el temor no sabido, no confesado.
Aún así, permanezco indiferente, impávido
ante la sucesión de difuntos
que yacen en los recuerdos.
Pero no al estrangulador oscuro de florecillas.
No ante el asesino feroz de ansias sin sueño.
Sus manos sostienen el mundo como una marioneta,
como una mañana oscura, como un sinsentido amargo
todo se vuelve contra la tierra húmeda.

Tiene que ser otra época azul embarcándonos
en mareas de días y playas. Otro principio
igual que un campo de amapolas y distinto como razas.

Aunque te tengo como una sombra que camina sin sol
no te puedo abandonar en este día
en esta calma que me posee, en esta hora que agoniza
el vientre caduco en los dientes de la serpiente.

Recuerda que el horizonte se besa
con el mar desde siempre.


Afrika

Son terribles los grilletes que aprisionan
Los anhelos de un inmenso corazón.

Los destellos de las negrísimas pupilas, profundas,
Revelan la poderosa luz, la luz intensa
De un afán de truncada libertad.

Sólo un refugio, una memoria milenaria para no morir
en los gestos, un mágico sueño ancestral pervive
en sus telúricos ritos, en su ritmo permanente.

Tierra sobria rica en amarillo desdén
resurge del polvo sediento de la esclavitud
para reconquistar un espacio de grietas palpitantes.

Un horizonte rojísimo deja entrever la vida,
un cielo estrellado de infinitos desvelos.
Al final un mismo pájaro de fuego traerá
en sus africanas alas las claves más sonoras
del sueño más antiguo de nuestra común libertad.

*********************

Abandono

Ahora, después de tantos sueños desvanecidos,
de romper mil labios de amargura y llanto,
de finísimos puñales relucientes de cobardías,
de traiciones hirientes hasta lo indecible.

Ahora, después de haber comulgado con el deseo voraz
y de permanecer atento al cambio de las mareas,
a las reveladoras fases de la luna.

Ahora, después de tanta desolación y olvido
no quiero abandonarme, que me abandones
a la suerte cruel de un día cualquiera,
al frío cortante de mil puñales afilados.



Goce

Llegaste a mi como un pájaro certero
que trae en sus alas las claves de todos los vuelos,
en su garganta los secretos de todas las canciones.

Silencioso, con paso tembloroso
aún me sostenía la tenue línea del horizonte.
Tu, resplandeciente, iluminada
como un día soleado de luceros
como una noche poderosamente estrellada de lunas.

Llegaste a mi con tus mejores dones
Y cautivaste de inmediato todo el recinto,
las ansias de mi sueño imposible.

Llegaste a mí, río caudaloso de sueños altos
arrastrando aguas estancadas, olvidos
dejando sólo la confirmación de la alegría.

Llegaste a mi, y yo te recibí gozoso,
Con el mejor de mis sueños,
Con la más grande ternura.






No se detiene

Por el día, mi sueño no se detiene ya
en las ramas frágiles de los árboles marchitos,
ni en las crestas de inquietas olas
que siempre van a morir a todas las orillas.

No, mi sueño va más allá, más allá.
Parte de las ingenuas sonrisas,
de las desordenadas ondulaciones de tu pelo,
del resplandor blanco de tu piel de flor tibia,
de tus manos de gracia azul, infinita.

No, mi sueño no se detiene ya
vuela, libre, en las alas de los pájaros rojizos,
blancos de la aurora.

Asciende firme, por los diminutos rayos del sol
de la espuma negra que se desvanece.

Corre, serenamente alocado,
a las cimas altas de inmensos anhelos.

No, mi sueño no se detiene ya
porque has conseguido liberal la mordaza
de tantos vacíos, de profundos abismos.
Mi sueño ya no se detiene
vuela, asciende, corre, libre, junto al tuyo
por encima del mar.
A veces, al despertar oscuro de la mañana
siento tu ausencia clavada en mi pecho.
Tu ausencia, herida abierta que no se detiene
en mi corazón sangrante de ansiedades.

Entonces, ya no es aquel entrañable aire tibio
que recorría nuestros cuerpos deseosos, soñados.
Sólo viento frío, escombros para la mirada.
Aunque escucho tu voz, lejana, no es lo mismo.
Mis labios oscuros, mis manos pétreas
y quiero irme, irme lejos,
ser ala, sueño, nube, mar inmenso
para tu cielo siempre.



Ama, Polas

Ama, Polas, no esperes la ora marchita del ocre.
Saborea ahora la amargura del deselance
que se percibe, que te hincha esplendoroso
el corazón suspendido. Apura hasta el vacío
Las copas de pétalos deseosos
con sonidos de trinos y campanas lejanas.

¡Ama, Polas! Ten en tu pecho
la flor deshojada del ansia y el temblor
cuando los siglos no son otra cosa
que miradas y abismos de oscuridad.

Piérdete en la aventura de un cuerpo,
y siente la estación conjunta
del sueño de hojarasca, de nube alta
de lucero luminoso como abrazo.

Párate y escucha por un momento
El soliloquio sensual y tremendo
del despertar alboreado de las memorias:
el rocío, la hierba, la hoja
o el gusano que repta.

¡Sigue, sigue atento la flecha lanzada!,
violentamente sobre los ojos y las bocas.
En las palabras beben y adjuran. Temen
La luz del sándalo. Y el olor
Que se mete dentro, muy adentro,
el dolor y la desesperación. No existen.
Como el amor o el juego, no son nada.

Te veo ahora, Polas, sólo
en la madrugada, andando despacio,
hundido, despreciado, maltratado,
con las manos abiertas deshaciendo
los revoltijos de las entrenadas.
Y te vienen de nuevo los acordes,
aquellos metálicos de los atardeceres
Y sientes que la sal es menos sal
Y que el agua, sube, sube y nos bebe.
Y tu dices: "es la luna". En este pesar
que te carcome los huesos
piensa siempre en una flor y Ama, Polas.
Ama, hasta desangrarte,
hasta el último suspiro escalofriante
Y sombrío.

Hasta que el mundo quede iluminado
A tus pies. Gritando, alborotado,
Ama siempre, Polas.

Escritos en el año 1992 y publicados bajo el título de "Orilla azul" en 2002.

viernes, 31 de julio de 2009

los varones también usan / luis maría pescetti


Los varones también usan
15/07/2009
(Del libro Chat Natacha chat)

- ¡Mamá! ¡Mirá! ¡Me compré una moneda!
- ¡¿Cómo que te “compraste” una moneda?!
- ¡Está re buena, mami, mirá!
- Nati, ¿es de otro país?
- No, mami, ¡Ay, mirá que tenés cada idea! Ja ja ja, es plata de acá, ¿Para qué quiero de otro país? ¡Qué! ¿¡Nos vamos de viaje?!
- No. A ver, mostrámela.
- Mirá, es una de un centavo… Son re difíciles de conseguir.
- ¿Y quién dijo que son difíciles de conseguir?
- La chica que me la vendió, mami. ¿¡Quién va a ser!? Ay, sos re lenta a veces.
- ¿Y se puede saber en cuánto te la vendió?
- ¡En un peso, Mami! ¡Re barata!
- Nati, una moneda de un centavo vale un centavo.
- No, porque si no se consigue cuesta más conseguirla, y si cuesta más: vale más. Hay que pagarla más, sino cualquiera tendría.
- Nati, mañana vas, se la devolvés y le decís que no se haga la viva y te devuelva tu peso.
- ¡No! ¡¿Por qué?! ¡Mami no seas así! ¿Sabés lo que me costó convencerla porque no me la quería vender?
- ¡Ya me puedo imaginar! Nati, se hizo la artista, pero te engañó.
- ¡Nada que ver, mami!¿Sabés cual es? Ésa que bailó relindo en el acto pasado. Una de sexto.
- Nati, pero…
- ¿No te acordás que bailó precioso?
- Sí, Nati, pero ¿qué tiene que ver que haya bailado lindo con…
- ¡Mamá! ¿No te acordás cómo la aplaudía la gente? ¡Que hasta vos te pusiste de pie!
- Si, mi amor, pero ¿qué tiene que ver que haya bailado lindo con que te vendió algo que no está bien?
- ¿Vos decís que sea una moneda falsa?
- Nati, nadie falsificaría una moneda de un centavo.
- Ah, entonces está bien.
- No está bien, Nati; me parece que se te confundió lo que la admirás con creerle todo.
- Nada que ver. No entendí, pero nada que ver.
- Que a vos te gustaría bailar como ella, y tal vez eso influyó en que aceptes comprarle esa moneda.
- No, porque ya la quería para hacerle un arito a Rafles, y las monedas más grandes no sirven.
- ¿¿¿¡¡¡Cómo que “un arito”!!!??
- No, porque, ¿viste que las personas usan aritos? Bueno, no es que el Rafles sea envidioso, pero mejor si él sabe que también puede usar, entonces yo pensé en uno así bien raro, como los que vimos en la feria de artesanías, ¿te acordás?
- Nati, ¿vos no pensarás hacerle un agujero en la oreja al perro, no?
- Ay, mami, ¿y cómo querés que lleve el arito? ¿Agarrado con la boca? ¡Pobre Rafles!
- ¡”Pobre” porque lo harías sufrir!
- No, mami, porque lo vamos a llevar del veterinario a que se lo haga ¡No seas! Y con Pati ya dijimos que la vamos a pulir para que parezca más de pirata.
- Ni se te ocurra que voy a dejar que le hagas eso al perro.
- ¡No le digas “al perro” a Rafles, mami!
- No me salgas con otra cosa. No se lo vas a hacer.
- Sí se lo vamos a hacer, para que quede bien lindo y las perras se vuelvan locas, vas a ver.
- Olvidate, Nati (alejándose, da por terminado el tema).
- (Levanta los hombros) Y si no, se lo atamos y listo, con un hilito a la oreja.
- (Silencio desde el estudio, concentrada en otro asunto) …
- Rafles, vos no te preocupes ahora que ya te ilusionaste. ¿Ves que yo también tengo, y Pati? No duele, nada, nada, y queda hermoso, y los varones también pueden usar. Antes en la antigüedad no, o bueno sí, pero más más en la antigüedad sí, pero después menos en la antigüedad ya no, pero ahora sí de nuevo; por eso: no te preocupes.

un poemita pa mí :)))


angelito es un ser humano bello.. él me escribió estos versos..


Cuando el amor o la amistad
le deben
A la ternura despertar el alma
y el alma debe aparecer sincera
en la mirada,
fingiendo una sonrrisa, seductora
y falsa, pero la prueba real,
sólo se muestra con una lagrima
Oh cuantas veces por lograr la gloria.

Si por ventura os acercais un día
donde mi triste sepultura se halla
humedeced, mis cenizas, tan solo
con una lágrima.


Para: Vanesita
con mucho cariño.

A veces hago un viaje / Aurora Reyes


Ciego pie de tiniebla, vacilante,
avanza en el desierto de mi pecho.
Seguramente es el infierno.

Aquí dentro, convulso,
desbordando metales por mis ojos abiertos,
levantando mareas de veneno,
girando mariposas de cal y de ceniza;
frías caricias lentas estrellando mis huesos.

No sé si será el grito anudado al origen
que ha crecido gigante y le ha trascendido,
no sé si aquella niña en asombro que llevo
o una fotografía de lo que nunca he sido.

El ángel de la ausencia preside la agonía.

Tal vez sean los árboles que viven en mi sangre,
o colores inéditos,
o voces que no quieren apagarse conmigo.

Si hubiera luz, ascendería.

Mano de sombra danza por mi frente
más allá de la sed y del sueño.
Me protege un paisaje de pájaros inmóviles.
Si supiera tu nombre... ¡te llamaría silencio!

Cruzan desnudos ríos inconcretos,
pasos de arena fina, sal quebrada.
Me protege una cifra solitaria y geométrica
Si mirara tu rostro... ¡te llamaría distancia!

Seguramente esto es el infierno:
en muda dimensión desconocida
una sombra cayendo en pozo negro.

Si pudiera decir palabra limpia
de amor o de miseria, de olvido o de recuerdo.
Si pudiera sentir sobre mis párpados
mirada pura, voz indudable, firme transparencia,
sobre mi sien amarga...

¡Qué ala tendería!

Y pronunciar tu nombre impronunciable,
circundar tu inasible firmamento.
Imagen desolada del abismo,
sólo soy una forma sin espejo.

LA POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO


Comparto y digo con Celaya

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

jueves, 23 de julio de 2009

Se rumorea por ahí... / José Mazzella


que todavía están vivos.
Es más:
que ya no van a poder morir,
que I N E X O R A B L E M E N T E seguirán vivos
en mi memoria,
en la tuya,
en la de todos.
Pero bueno... solo se rumorea.
Y con los rumores ya se sabe...
Sin embargo
también se rumorea por ahí,
que cuando pienso,
que cuando siento,
que cuando actúo,
que cuando miro,
piensan, sienten, actúan y miran conmigo
y con vos
y con todos
Pero... con los rumores ya se sabe...

Cuentos chalados / Eduardo Dermardirossian


¿A quién asesinaste, mujer?

Es un cuadro habitado por dos hombres que caminan por un prado soleado, en cuyo fondo ves unas casitas con tejados rojos. Pintado al óleo y sin firma de autor, está colgado en mi cuarto, en la pared que enfrenta la ventana.

Uno de los hombres, el de la derecha, permanece siempre ahí, inmóvil, mudo, con expresión reflexiva, tal como lo pintó su autor. El otro, de rostro severo y ataviado con un abrigo azul, va y viene, unas veces lo veo en el cuadro junto a su compañero, otras veces no.

Suelo mirar el cuadro cuando permanezco en mi cuarto leyendo, escribiendo o simplemente sentado junto a mi perro, fumando. Y tal como te digo, algunas veces veo al del abrigo azul y otras veces no. El otro está ahí sin faltar nunca. Los miro y me pregunto cuál de los dos cumple el deseo del pintor, el que se queda o el que a veces se ausenta. No lo sé.

Pero sé (y no me preguntes, lector, cómo lo sé) que el que se queda siempre ahí piensa, siente, tiene ensoñaciones y anhelos que guarda para sí. A nadie le cuenta qué cosas pueblan su mente, qué deseos habitan su corazón, qué anhelos dan alas a sus sueños; en su silencio y parquedad hay algo inquietante, tanto como en el ir y venir de su compañero. Y algo más sé. Sé que él jamás piensa ni siente cuando su compañero lo acompaña, jamás. Su corazón late y su mente trabaja sólo en ausencia del otro.

El del abrigo azul (también lo sé de cierto) no tiene pensamientos, no está habitado por anhelos ni sentires. Él sólo deambula. Ahora está en la tela con su carnadura de óleos; luego, quizá, estará ausente, habrá partido hacia un lugar incierto.

Ayer me visitó una dama, bebió vino conmigo y habló poco; palabras de mera urbanidad, cosas banales dijo. Aseó mi cuarto, puso orden en mis enseres, no quiso leer mis borradores y antes de partir se detuvo ante el cuadro y dijo: “Al del abrigo azul lo he asesinado”.

Dos lunas

Construyó dos marcos ovalados de buen tamaño, mandó cortar sendos cristales según su medida y pidió que fueran prolijamente biselados. A uno lo hizo espejar para que copiara fielmente cuanto había enfrente. Todo lo armó y los puso juntos, frente a sí. Y vio que su propósito era cumplido: a través de uno de los cristales vio lo que había adelante, y en el reflejo del otro vio lo que había detrás. Todo a un tiempo y sin voltear su cabeza. Dentro del primer marco vio lo que sus ojos podían atrapar sin mediación, y dentro del otro se vio a sí mismo y también vio cuanto le había sido negado hasta entonces.

Así lo hizo en las habitaciones de su casa y en cuantos lugares solía frecuentar, tal que un par de marcos ovalados, uno con el cristal espejado y el otro no, poblaron desde entonces y para siempre su vida. Y su universo se duplicó y el horizonte lo rodeó en un círculo sin fin. Todos los misterios le fueron develados y fue, desde entonces, omnipresente, y por eso también omnisciente. Y aún –no lo sé de cierto- quizá omnipotente.

Cierto día, cuando Dios miró en dirección al mundo, lo vio. Lo vio mirando el universo todo sin que nada le fuera ignoto o vedado, sin que cosa alguna se ocultara a sus ojos. Esto vio Dios y supo que su tiempo era llegado. Dirigió entonces sus pasos hacia el hombre hasta alcanzarlo, se hincó a sus pies, besó su diestra e incorporándose le entregó su cetro y su manto. Por fin, enderezó sus pasos hacia un olivo añoso y se acostó a su sombra para descansar de sus fatigas. Ahí durmió y cuánto duró su sueño no se sabe.

Caperucita en el regazo del viejo Heráclito

No sé si esta Caperucita es para los niños. Sé que es para aquellos que, resistiendo la erosión del tiempo, pueden mirar con perplejidad el mundo que los rodea. De ahí que la publico entre los Cuentos chalados.

Dicen algunos que el azar les prodigó esta aventura e hizo que se encontraran en algún lugar del tiempo. Yo no lo creo así, creo que no es preciso buscar azares donde no los hay. Creo que alguna oculta deliberación quiso reunirlos para que juntos jugaran una rayuela en los entresijos del tiempo y que para eso se encontraron en esa infinita dimensión; más cerca de ella o de él, no lo sé. Y no me preguntes más de cuanto te diga, lector, porque quiero ser veraz y no suplir con mi imaginación lo que no conservo en mi memoria.

Ella conocía lugares y lugares, distantes unos de otros, algunas veces alejados de su casa y también de la de su abuela, a quien frecuentaba cada semana. Valles y montañas, ríos y lagos, prados, bosques y hasta el mar, esto y aún más había conocido Caperucita a su corta edad, que entonces era de cinco años. Había cruzado a la ribera opuesta del río que divide al mundo en dos, el misterio de las estrellas que cortejan a la luna en el espejo del río no le era ignorado, tampoco los mundos de diferentes colores que ruedan en el cielo. Había conocido a hombres y mujeres de todas las edades, de distintas condiciones, sabios unos e iletrados otros, animales de diferentes especies y hasta seres fantásticos que nacen de los dibujos y se corporizan del aire. Todavía más guardaba la niña en el cofre de su memoria. Pero bien sabía ella que más era lo ignorado, lo que escapaba a sus sentidos y a su imaginación fecunda. Caperucita sabía que no sabía, que aún le eran desconocidos muchos secretos de la vida. Los secretos del tiempo, entre ellos.

Y es así que decidió emprender un viaje a través de las edades y de los siglos para ver otros aconteceres. Quería conocer a los habitantes de otros tiempos, pasados y por venir, conversar con ellos, escuchar sus historias, narrarles sus propios cuentos. Los misterios que yacían ocultos bajo las cenizas azuzaban su conciencia blanca. Y no pudiendo ya resistir su curiosidad, fue al encuentro de su padre que trabajaba en el huerto: “Papito, partiré hacia otros tiempos, conoceré las edades, seré las horas y los días y los años. Seré siglos en una y en otra dirección. Y cuando el ave que ahora sobrevuela nuestra casa aún no haya posado sus patitas en la tierra, antes de que hayas terminado de recoger el verdeo que estás segando ahora, regresaré y te encontraré aquí, en el huerto. Dame tu permiso, dime tu bendición y besa mi frente”.

Bien sabía el papá que Caperucita haría ese viaje. Que sin desobedecerle pero sin cejar en su propósito emprendería el viaje. Sabía que su niña se nutría de pan y de amor, sí, pero también de su curiosidad irresistible. “Ve, hija, que sea fácil tu travesía”, le dijo y besó su frente.

En otro tiempo del tiempo y en otro lugar del mundo, un hombre viejo y sabio, flaco y barbado hacía aprontes para un viaje: pan, agua y un raro calendario era cuanto tenía como equipaje. Cuánto distaba Éfeso, su ciudad, de la casa de la niña, no importa ahora; pero sí el tiempo, que era de unos dos mil quinientos años, nada menos. Su nombre, Heráclito, era bien conocido por sus contemporáneos, y el mismísimo rey Darío de Persia había querido aprender de su ciencia.

Heráclito había hurgado en sus adentros los misterios de la vida, que son los misterios del tiempo. Había inquirido al río que discurre y al fuego que se prende y apaga medidamente, para verse espejado en ellos. Lo eterno y lo no eterno, lo concorde y lo discorde son uno, decía. Severo escrutador de la naturaleza humana y divina, su cuño aristocrático le distanció de sus compatriotas, que merecieron duros reproches de él. Luego, allá en la Grecia de los filósofos, fue alabado y reprobado por sus pensamientos y alguien de merecida fama lo motejó El oscuro.

Amanecer primero

Se encontraron, como te digo, en algún lugar del tiempo. Si fue su anhelo que los transportó, si algún poder que les fue dado, si un duende travieso quebró el secreto de las edades y los reunió, no lo sé. Tan sólo puedo decir que así Caperucita como Heráclito atravesaron los días y los siglos en la dirección de sus anhelos.

Y se encontraron al pie un árbol que repartía su sombra sobre el cauce de un arroyo y una casita azul. Se encontraron la niña y el sabio y se miraron curiosos de saberse mutuamente. Ella vio en él a un hombre adusto, casi severo, que por su edad podía ser el padre de su padre; con barba entrecana, mirada melancólica y honda y vestido con un manto. Él la vio niña, con una capucha que cubría parte de su cabellera larga y rizada, vestida con atuendos que le eran desconocidos. La vio vivaz e inquisidora. Se saludaron y se sentaron sobre una peña que emergía de la ribera, clavados sus ojos sobre el curso del arroyo que apresuraba ruidosamente sus aguas hacia la parte inferior de la quebrada. Soleado por momentos, por momentos umbrío bajo el follaje de los árboles, haciendo remolinos en los estanques, serpenteando y precipitándose en pequeñas cascadas, el curso del agua parecía desmentir aquel encuentro que había transportado al viejo hacia adelante en el tiempo y a la niña hacia atrás.

Unas cabras pastaban en las inmediaciones y multitud de aves rasgaban el cielo, todas en la misma dirección, norte o sur no lo sabía la niña, quizá sí el viejo. Y entre esas aves Caperucita vio a la que sobrevolaba el huerto de su padre, la vio y al pronto pudo reconocerla. No por su diverso plumaje ni por su tamaño, que en esto era igual a las otras, no; la reconoció por su modo de volar, porque merodeaba el sitio sin buscar el horizonte. ¿Era la bendición de su padre? ¿Su emisaria?

“Me llaman Caperucita, tengo cinco años, mi padre es hortelano y mi madre cuida de nosotros y prepara ricos dulces”, inauguró el diálogo la niña. “Lo sé”, y el viejo paseó su nudosa mano por la cabellera canela de la niña. Un largo silencio siguió y sólo el canturreo del agua les acompañó en sus cavilaciones. El sol ya estaba alto en aquella mañana y su tibieza terminaba de recoger las últimas perlas de rocío que la noche había sembrado. La casita azul lucía curiosamente bella, mitad resguardada por sus muros y sus enseres, mitad abierta al fervor de las plantas y a la luz del sol.

De pronto el viejo levantó su mirada al cielo y sentenció: “El sol es nuevo cada día”, y a partir de entonces el astro padre pareció reavivar sus llamaradas, inquietarse y hasta apresurar su tránsito hacia el cenit. El agua cristalina del arroyo brilló y brincó entre las pulidas piedras como nunca lo había hecho antes y la casita azul adquirió un nuevo esplendor. El anciano dijo que cada jornada es en sí misma todas las jornadas habidas y por haber, y que todas las jornadas pasadas y presentes son una.

“¿Qué dices, Heráclito –dijo la niña que de sobra conocía el nombre de aquel sabio–, dices que hoy es siempre?”. “Lo es”. El hombre se expresaba con seguridad, sí, pero también con un dejo de misterio en su voz. Eso le hizo dudar a la niña sobre tan audaz afirmación, porque, se preguntó, si hoy es siempre ¿qué hay de la esperanza que precisa un mañana para manifestarse o para desvanecerse en el desencanto? Acaso ¿no fueron muchos hoyes y mañanas los que la transportaron a su edad de cinco años? “Dime qué haré con mis anhelos, qué con mis sueños y con mis esperas si no hay mañana?”. Heráclito tomó a Caperucita con sus manos rudas, la sentó en su regazo, acarició nuevamente sus pelos color canela y le dijo así: “No sientas temor por tus anhelos y no creas que se frustran tus esperas. No mires más allá del arroyo, porque en él verás todo cuanto hubo, hay y habrá. Lo que anhelas está presente en tu anhelo, así como ya está en tu casa lo que aún esperas. Ayer, hoy y mañana son uno, como lo es el río, como lo eres tú. Y Dios. Él es día y noche, invierno y verano, guerra y paz, hartura y hambre; pero adopta diversas formas al igual que el fuego”. Calló por un momento. Luego agregó: “Si miras bien, si atiendes no a mí, sino a la razón, estarás de acuerdo en que la sabiduría consiste en que lo uno es todo”.

La niña escuchaba al sabio con mucha atención y se esforzaba en entender cuanta cosa salía de su boca, aún sus gestos y su mirada escudriñaba para asir su saber completamente. Los movimientos de sus manos rugosas, el énfasis que se insinuaba en algunas de sus expresiones, todo esto leía ella con afán de tomar para sí cuanto podía enseñarle el anciano. Pero, a decir verdad, ciertas cosas le eran difíciles de comprender. Por ejemplo, si es nuevo el sol cada día, ¿no es porque hay muchos días? Esto preguntó y aguardó respuesta. Él insistió en que el todo es uno y que el uno es todo, que ayer es hoy y también mañana, que un ave es todas las aves; más cosas de esta clase dijo Heráclito a Caperucita. Y, repentinamente, ella comprendió. Que de algún ayer venía él al encuentro y de algún mañana venía ella, que el ave que sobrevolaba el huerto de su padre era, a un tiempo y a pesar de las edades, la misma que había surcado el cielo en el momento del encuentro. Y hasta llegó a comprender que nada es de algún modo si otra cosa no es de modo diferente. Que lo uno es en lo otro, eso comprendió.

Ambos volvieron sus miradas sobre el agua del arroyo y así permanecieron largo rato. Luego el viejo tomó pan de su alforja, lo partió dando a la niña un trozo y él comió el restante. También compartieron el agua que él llevaba consigo. Y cuando aún el sol habitaba el cielo, él se incorporó, tomó la mano de la pequeña y dirigiéndose a la casita azul, le dijo: “Ea, vamos ya, debemos descansar de las fatigas de este día. Durmamos, niña, que el sol que vendrá, desde ahora nos está esperando”.

Amanecer segundo

El sol temprano de la mañana los despertó a ambos. A Caperucita la encontró en un lecho mullido y a Heráclito en un rincón, tendido sobre el piso y cubierto con unas mantas azules. Como las paredes, como el vano de la puerta inexistente, como los pocos muebles y cortinas que ornaban la casa, como la guitarra de seis pares de cuerdas que descansaba en otro rincón, azules todos. También como el cielo.

Ambos lavaron sus rostros en el arroyo, alisaron sus pelos y partieron aguas arriba para recoger frutos. Fresas e higos hallaron en abundancia para su desayuno, y mientras los comían la brisa fresca de la mañana acariciaba las copas de los árboles haciéndoles hablar un idioma que la niña no conocía. Ella sabía que algo se decían los árboles y las matas, que tales melodías no eran vacuas, que por alguna razón quebraban el silencio de aquellas montañas. “Dime, Heráclito, de qué hablan las plantas, qué se dicen las unas a las otras; dime también por qué no puedo yo entender su lengua”.

“Ellas, las plantas y los árboles, las flores y sus frutos, también los peñascos y las bestias hablan la lengua del tiempo. Que es la lengua del río que siendo el mismo, muda incesantemente, es otro cada vez que te sumerges en él. Porque, dime, pequeña, mira con tus ojos, pero también con todo tu entendimiento y tu corazón y dime, ¿por qué había de estar ahí el río todavía si ya le has conocido antes y no ha mudado? ¿Por qué causa ha de seguir siendo aquello que no alienta esperanza? ¿Por qué tú habías de hablar conmigo, por qué inquirirme, si todo fuera como ayer y nada hubiera cambiado? Mira el curso del río, cómo discurren sus aguas; mira también cómo los árboles se agitan y murmuran al compás del viento, y hablan de cosas, diferentes las unas de las otras.” Heráclito calló. Y en ese momento el ave que sobrevoló el huerto del padre de la niña, la misma que surcó el cielo en el anterior amanecer, vino cerca de ellos, revoloteó sobre el lugar y finalmente se posó en el hombro del viejo. Éste no pareció sorprenderse y quedamente recogió uno de los frutos que aún tenía a su alcance y le dio de comer. “He aquí que me habla y yo le entiendo y le respondo. Mira y ve, Caperucita, cómo no son necesarias las palabras que empleamos los hombres, aún los filósofos, para entender a las aves. También para entender a las plantas y al río no ha menester de palabras. Y yo creo que, en verdad, tampoco los hombres precisamos de ellas para decirnos las cosas que más importan en nuestras vidas. Quizá ahora también tú puedas entender la lengua de los árboles, de las aves, del universo.”

Caperucita acarició la barba desordenada del anciano, besó su diestra y luego, lentamente, se acercó al arroyo para sentarse a su vera y fijar la mirada en sus aguas cristalinas. Heráclito no la acompañó, la dejó sola. Y como la niña no regresaba a su lado, no abandonaba la ribera ni quitaba sus ojos del agua que corría incesantemente, partió solo de regreso a la casita azul y allí la esperó sin ansiedad y sin temor. De sobra sabía que ella regresaría.

El sol acariciaba el poniente cuando el viejo vio a Caperucita que llegaba con unas nueces en su falda. Sonrió la niña al verle, pero él no, porque sus ojos aún estaban colmados de lágrimas. ¿Qué pensamientos le acompañaron durante su estancia a solas en la casita azul? ¿Qué recuerdos, si los tenía, habían castigado su soledad? No sabía la niña dar respuesta a estas preguntas y él calló. En la casita azul, sobre la mesa robusta quebraron una a una las nueces, separaron las cáscaras que dieron al fuego para alentar sus llamas, y comieron el fruto con fruición, porque ambos estaban hambrientos. Luego, Heráclito fue al monte próximo y regresó con unos leños secos para alimentar el fuego, que prometía acompañarlos durante aquella noche fría.

Las llamas danzaban sobre los leños. Sus formas ondulantes y caprichosas se alternaban con chisporroteos que de cuando en cuando arrojaban estrellas a los pies de la niña y del viejo. La casita estaba tibia y la guitarra devolvía los reflejos del fuego; sus cuerdas, en pares, querían vibrar y lo sabían ellos pero ¡ay!, no sabían arrancar melodías de esa caja azul. Sin embargo las cuerdas vibraban, primero unas, luego las otras, siempre en pares, cada vez más, y ellos aguardaban que algo ocurriera. No esperaron mucho, porque unos acordes comenzaron a brotar desde el vientre del instrumento, una armonía extraña, diríase que la suma de sonidos discordes producían un resultado armonioso. Heráclito escuchaba y miraba el extraño calendario que había traído consigo y que, desenrollado, descansaba sobre la mesa cubriéndola enteramente. Y por primera vez sonreía. La niña le miraba y se complacía de ver al anciano feliz.

Ignoro cuánto tiempo escucharon esa extraña y elemental melodía, pero puedo decirte con certeza que mientras su sonido ocupaba los rincones de la casa y el fuego ardía en lenguas multiformes, Caperucita y Heráclito emprendieron juntos un viaje. Partieron primero en dirección al ayer, más lejos todavía que el tiempo que le vio nacer al viejo, mucho más lejos. Vieron cielos y mares, aves y animales rapaces, hombres y mujeres ataviados con ropajes no vistos por ellos hasta entonces. Vieron ríos y hogueras, vieron monarcas opulentos y súbditos menesterosos, vieron nacer a unos y morir a otros, vieron luces y sombras. Tomados de ambas manos y mirándose el uno al otro continuaron el viaje hacia el ahora, discurriendo por las tierras de Heráclito y sus vecindades y allí un hombre los detuvo, amigablemente les miró a los ojos y les obsequió una sonrisa y un trozo de pan untado con miel, que comieron los viajeros. Heráclito le dijo al hombre que al siguiente día fuera a la casita azul para retribuir su hospitalidad, para hacerle conocer el arroyo y para que le enseñara su saber a la niña. El hombre asintió y continuaron ellos su viaje en dirección al mañana.

Y, en efecto, recorrieron muchos aconteceres más allá del tiempo en que el papá de Caperucita trabajaba en su huerto; pero de lo que vieron en esa parte de la travesía nunca hablaron. Y por eso, lector, no sé decirte nada a su respecto.

Cuando por fin regresaron a la casita azul, la guitarra dijo sus últimos acordes y calló y el viejo arrolló el calendario que aún cubría la mesa, mientras el fuego seguía ardiendo en llamaradas. La niña se sumergió entre las sábanas, se cubrió con abrigos para que fuera reparador su sueño y pronto se durmió. Mientras, Heráclito ocupaba su rincón en el cuarto y desde ahí miraba el fuego que no cesaba de danzar.

Amanecer tercero

“Para el Dios todas las cosas son hermosas y buenas y justas; pero los hombres sostienen que algunas cosas son injustas y otras justas”, dijo Heráclito desde su rincón, cubierto aún por las mantas que le abrigaban en aquel amanecer fresco. Caperucita le oyó, porque ya había despertado y desde su lecho miraba amorosamente al viejo. “¿Por qué así, Heráclito, por qué son distintas las cosas para Dios y para los hombres, siendo que Él las hizo una, según me enseñaste?”

He aquí la cuestión –dijo para sí el viejo. Si sobre su conciencia blanca la niña puede escribir esa pregunta y también la respuesta, entonces habrá hallado el camino y ya nada podrá perturbarla. “Tengo la pregunta. Dame tú la respuesta y ya no seré perturbada mientras transite por la vida”, dijo ella, que misteriosamente había leído el pensamiento de Heráclito. Él la miró, la tomó por sus hombros y dulcemente la sentó en su regazo como lo había hecho en el primer amanecer, y le dijo así: “El Uno es atributo de Dios, no de los hombres. El Uno es bello en sí y por sí. Por su condición es bello, y no le está dado al hombre verlo con sus sentidos. Los hombres vemos lo múltiple, y, por eso, vemos los opósitos y nos bañamos en las aguas del conflicto.” Caperucita pudo comprender que la desventura viene al hombre por causa del conflicto y que el conflicto no puede manifestarse si las cosas son una. Pero aún así, sintió que algo no comprendía, y no podía discernir qué era. Miró al anciano y él supo leer en los ojos de la niña. “Algo de cuanto decimos te estará vedado, y es el conocimiento del Uno, que es el conocimiento de Dios. Tú, yo, todos los hombres, sólo podemos concebirle con nuestra perplejidad. Mirando el discurrir de las aguas del río, o el caprichoso llamear del fuego en la hoguera, o sopesando lo uno respecto de lo otro. Pero si comprendemos que en esa duplicidad que ven nuestros sentidos la divinidad se manifiesta en su unidad, entonces sabremos que no hay conflicto. Y esta es la respuesta que has de escribir en tu conciencia. Y saber que sólo la perplejidad podrá responderte cada vez que inquieras lo insondable.”

Caperucita fue a sentarse a orillas del arroyo para fijar nuevamente sus ojos en las aguas que corrían en dirección al valle.

Heráclito regresó de un paseo que había dado por las inmediaciones del arroyo, aguas arriba, con unos frutos para el almuerzo, porque esperaba que su invitado llegara pronto. La niña le esperaba en la casita azul, con la mesa arreglada para tres comensales. Ambos se sentaron sobre un tronco que los años habían derribado y la niña le contaba al anciano sobre un amigo que había tenido y que cierta vez, mirando el revolotear de unos pájaros, los siguió con su mirada hasta que, habiéndose ocultado ellos tras las copas de los árboles, sin proponérselo él también voló y los alcanzó y danzó con ellos por los aires. Le dijo que otra vez su amigo sanó las heridas de un ave y luego, cuando hubo partido para no regresar más, en algún sitio vio a un anciano de barbas blancas que irradiaba luz y que tenía una cicatríz en el mismo lugar del ave que él había sanado. Que su nombre era Jacinto y que él le había enseñado el secreto de las estrellas que cortejan a la luna en las aguas del arroyo. Más cosas le dijo Caperucita a Heráclito acerca de su amigo Jacinto. Y estaba ella hablándole aún, cuando vieron llegar al griego barbado que habían conocido en el anterior amanecer.

“Eres bienvenido”, le recibió Heráclito y le ofreció un lugar en la mesa. Demócrito, que éste era el nombre del recién llegado, compartió con ellos el alimento, y cuando Caperucita retiró las pocas vajillas que habían usado, dijo: “Encontré vuestra casita azul bordeando la margen derecha del arroyo, en dirección al curso de sus aguas. Y desde las tierras altas pude ver que ella está situada en el lugar más escondido de esta quebrada. ¿Por qué lo elegisteis? ¿O fue el azar que determinó que vuestro encuentro fuera en este lugar?” “El infinito universo –respondió Heráclito– no tiene un sitio que los hombres podamos elegir, y el tiempo, mi querido amigo, es un niño que juega con los dados. Henos aquí, entonces, por una voluntad que no es la nuestra. Mas sí la tuya, que queriendo venir aquí y ahora, enderezaste tus pasos con rumbo cierto. Tal certeza te da alegría y pone en tu alma y en tu boca esa sonrisa que quiero le transmitas a la niña. Porque no es bueno que al comenzar su tránsito por la vida emparente conmigo, que soy de lágrimas prontas; es mejor que, habiendo ya aprendido los enseres primeros del mundo, transite de tu mano el sendero de regreso a su morada.” Dicho esto, el viejo Heráclito tomó a Caperucita de su mano, acarició nuevamente sus cabellos color canela, y así le dijo su legado: “Sé la luz, toma la mano tibia de mi amigo Demócrito y ve con él para llevar la risa a los hombres. Y honra a los dioses porque en ellos hallarás sabiduría”.

La niña miró a su nuevo compañero y vio que otro era su rostro, que no había tristeza en su mirada y que una dulce sonrisa se dibujaba en su boca. Miró hacia atrás para ver a Heráclito por otra vez, pero él había vuelto su rostro en dirección al arroyo que discurría hacia el valle, siempre hacia el valle. Y como el arroyo, ella eligió descender acompañando el curso de las aguas, hasta llegar al huerto donde todavía el ave revoloteaba en el cielo y su padre no había terminado de cosechar el fruto verde de la tierra.

EL REGRESO / literatura hondureña



Se han detenido en la colina dos hombres descalzos, medianos de estatura, robustos, de legitima estirpe indígena. Sus sombreros empalmados, de Ilama, están sucios, como sus pantalones y camisas de manta-dril. Cada uno lleva su maleta cargada con mecapal y su cuchillo envainado, pendiente del cinturón de cuero.


Ambos se han detenido para contemplar con regocijo el poblado de Ilamatepeque, tendido a sus pies en la planicie, junto al río Ulúa, en el departamento de Santa Barbara. Una sonrisa grata ilumina sus rostros cobrizos y tostados de soles y vientos. Les embarga la emoción del retorno a su pueblo, después de tantos años de ausencia. Y, no obstante el tiempo, parece que nada a cambiado. Ahí esta la iglesia, aun sin repellar, con sus altas torres y su silencio; quizás es la misma cruz del perdón, frente a la plaza quieta donde los burros sestean bajo los jiquilites. Allá, el cabildo Municipal, o sea la Sala Consistorial, con su misma puerta ancha y su corredor de pilastras blancas, donde el alcalde solía reunir al pueblo para las grandes determinaciones comunales. La casa blanca, encalada, de Gervasio Lázaro, el buen don Gervasio, que les arrendaba tierras para sus maizales y frijolares. también se ve la casa de don Antonio Trochez, con su cerco de piedra y sus arboles frutales, donde siempre vigilaban unos perros terribles. Don Antonio era el padrino de casi todos los jóvenes del lugar. Se contemplaban, así mismo, el Barrio Arriba y el Barrio Abajo. Además, las barracas antiguas, en cuyos patios rojizos, las mujeres tejían obras de palma o elaboraban el mezcal del henequén para los señores de Santa Barbara.


Los dos hombres se beben todo el panorama bucólico del pueblo con sed de cariño y de recuerdos. Ahí pasaron su niñez y su adolescencia; ahí aprendieron a trabajar y a endurecer la vida en las labores campesinas, junto a los ilamatepeques, sus hermanos de sangre y religión.
******************

Tomado del libro
Los Brujos de Ilamatepeque
Séptima Edición 1993
Editorial Ramón Amaya Amador
Inicio del Libro Primero.

Dentro de mí.../ josé martí



Dentro de mí hay un león enfrenado:
De mi corazón he labrado sus riendas:
Tú me lo rompiste: cuando lo vi roto
Me pareció bien enfrenar a la fiera.

Antes, cual la llama que en la estera prende,
Mi cólera ardía, lucía y se apagaba:
Como del león generoso en la selva
La fiebre se enciende; lo ciega y se calma.

Pero, ya no puedes: las riendas le he puesto
Y al juicio he subido en el león a caballo:
La furia del juicio es tenaz: ya no puedes.
Dentro de mí hay un león enfrenado.

Vientos propicios / Tilo Wenner


La experiencia presenta su lado de aventura.
Lanzarse en las entrañas de la vida.
Gozar de todas las primicias.
Tocar, acariciar las partes dulces de las cosas,
perderse en las avenidas entre las multitudes.
Llenar el tiempo en conversaciones con desconocidos.
Hacer juramentos incumplibles.
¡Oh el pañuelo blanco en alto!
Ella, la de rostro fugitivo, se calza las sandalias.
Las flores de agua cantan entre las barcazas.
Latitudes y paralelos áureos.
Mitomanías erráticas.
Vorágine de pasiones presentidas.
A veces la vida es una erupción mágica, cuando todo confluye en un latido
del corazón.
Llenarse los pulmones del aire enrarecido en las alturas, con oxígeno de las
playas.
Días y noches de todos los países.
Auroras inéditas.
Árboles, frutos nuevos.
Abrazos y besos repetidos.
Encontrarse con el amigo de la infancia en una ciudad de nombre difícil.
Atravesar el vidrio y perderse con la recién conocida en un laberinto
amoroso.
El viaje siempre tiene un lado indescriptible.
La ausencia es irresistible.
Pájaro en un cielo de paisajes cambiables

PROFECIA / poesía hondureña


Nuestro tiempo es cruel
y difícil. Pero el amor lo sobrepasara.
Unos con otros nos ayudaremos. Unos con otros.
Los bosques y las nubes se mezclarán,
nosotros también, con frescura.

Nos hemos conocido porque era necesario.
No fuimos presentados por extraños
en un concierto o una gira:
la mismísima vida, la luz en unos ojos,
a veces el deseo, otras veces la lucha
es lo que ha unido nuestras manos
que ya no van a soltarse,
ya no van a fallar porque son muchas
y una sola mano querida.

Nos han acribillado. Nos han dejado medio muertos
sobre las cloacas. Nos han partido el corazón
a mano armada. La juventud no fue vivida
o se vivió tan mal, que daba lástima.
¿Alguien ha escrito el libro o siquiera el poema
que soñó? ¿Quién tuvo tiempo para la ternura
y la imaginación? ¿Alguien fue adivinado
en su mayor soledad
y conducido a lugar seguro?

Días asqueados
bajo el cielo baldío. Patios regados por aguas del Leteo.

Arrecifes. Cuartos más que pobres,
donde dormimos calentándonos con un corazón bordado en la almohada.

Pero además, últimamente,
el afán de sobreponerse,
de avanzar a través de las espinas hasta el rosal erguido.

Dichosamente el mundo es explicable.
No nos derriba un trueno del Olimpo:
el plomo deletrea nuestros nombres.

Así, hemos comenzado a anotar ciertos hechos,
sus relaciones
y lo mucho que tienen que ver con nuestros accidentes.


*********************

Tomado del libro: La memoria posible
Ediciones Libreria Paradiso
1990

AMOR CONSTANTE MAS ALLA DE LA MUERTE / poesía hondureña


No nos gustas, de veras,
se te ha querido porque, ¿dónde
iba a buscar amor
el que pujando de ti nace
y luego te atesora como ojo a su llanto?


A tros, en cambio, les encantas
porque de ti han tomado sortija
y no dolor como nostros
que a ras de piedra hemos bebido.


pero vivir es el homenaje
que vamos a darte a sorbitos:
no somos hipócritas
para componerte himnos
que niños mal entonen
desde un negro pupitre.
Así no, patria odiosa, no rotan tus cabales:
besas el freno
que se te ensarta enfrente
y más lejos más lejos más lejos.


Date vuelta:
quizá eres el reverso.
Tal vez estés mejor por donde nadie se imagina.
Vamos a descifrarte.
Nuestro deber es andar detrás de ti como un poseido
echándote a perder la fiesta con los gánsters,
jodiéndote los maquillajes:
porque nuestro homenaje es buscarte a ti misma
donde estés, donde vayas,
allá donde parece que ya vienes
y más lejos más lejos más lejos.

********************

Tomado del libro: La memoria posible
Ediciones Libreria Paradiso
1990.

Canto de esperanzas para Honduras / Héctor Torres Toro


viernes 17 de julio de 2009

Honduras emerge del silencio y abre sus párpados,
se retuerce y pestañea en su andén horizontal,
despereza de su letargo y se levanta airoso
Honduras... tu corazón late en las entrañas de América
América está naciendo en el umbral de su historia.

En Tegucigalpa... a tiros se oscureció la madrugada
Le dispararon en plena boca a la cerradura
Venían con permiso de la noche y del imperio
Traían el amen de los halcones, la corte y las iglesias
Así armaban el cuento del congreso y el poder.

¡Allí, amparado en su conciencia dormía Manuel!
dormía como un niño, ¡sin saber quien le despertaría!
Los asaltantes escondían sus rostros de vergüenza
Llegaron con trajes de combate. Venían por el presidente.
Le dijeron ‘‘dulcemente’’, señor Ud. nos debe acompañar.

Marchaban todos juntos en recta formación, unos adelante
Otros después, los judas besando el letal metal de su fusil,
Los Pilatos traían las balas que Herodes mandó tirar.
Luego le ataron sus manos, le temían a sus puños de paz
Manuel de pie les dijo, ¡disparen! si la orden es disparar.

Bajaron la vista los cobardes, para despojarlo del poder
Así se desautoriza a un pueblo, una elección popular,
Mañana la mentira será el bálsamo de la herida.
la prepotencia, la droga del miedo y la pomada para el dolor
así en la turbulencia, se desviste una razón, ¡así nace un dictador!

¡Hombre americano! que no te amilane la atroz oscuridad
El sol radiante llama con sus rayos de luz a tu ventana
Alza tu bandera de verde esperanza al horizonte
Levántate y camina erguido, el futuro es de tu sangre.
Así se abre un surco de justicia a plena dignidad.

Levántate honduras y canta, alza tus brazos a la libertad
Y dignifica esta América que late en tu pecho fraterno
Eleva este mástil de corazones, ¡Que América está naciendo!
Y confiésale al cielo que tu alma esta plena de frutos estrellados
y de cantos, mientras tu sangre es un rió que viaja al porvenir.

Llanto con ira por un joven hondureño aasesinado por apátridas


Rafael Mendoza, el Viejo (Desde El Salvador. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)

Herido en su cabeza
el joven hondureño va cargado
en brazos de sus mismos compatriotas.
Son brazos solidarios
tejido de una red que se prolonga
más allá de esa patria ensangrentada
hasta el austral confín desde el Caribe
que ya no aguanta más
que está diciendo ¡basta!
que se yergue por fin y se decide
a defender las razas de Amerindia.

Herido en la cabeza
el joven hondureño se desangra
va goteando al pasar sus pensamientos
en la huida que emprenden sus hermanos
con él en peso, raudos;
y riega su frescura mancillada
aquel tierno cerebro destrozado
por las malditas armas
de históricos canallas
de bestias sin vergüenza
de ambiciones que azuzan a los lobos
y nunca dan la cara de oligarcas.

Herido en la cabeza
el joven hondureño deja un rastro
de vida que se apaga
de nombres que expresó con dulce canto
de recuerdos amados y de ideas
que brillaron hasta hoy en su alegría.
Ese joven tan tierno.
Ese joven caído en este infierno.
Ese joven que llevan y va muerto.

Herido en la cabeza
el joven hondureño
baña la sacra tierra morazánica
y abona así la rabia
de los más bravos hijos de Lempira.
¡Que arde el honor dispuesto a la batalla!
¡Que no volverán más las torvas fieras
armadas a sangrar la democracia!
¡Qué Honduras se levanta!
¡Que ha de salir el sol que anuncia el Alba!

¡ETERNAMENTE VERDE!



Al son de la lluvia emanan las voces hambrientas por la libertad
Lanzando amenazas infantiles y las lanzas horrísonas
Exigencias tan límpidas como el Amazonas
El gobierno,
Vacila amenazante a través de la sonrisa indígena
Tan aborrecible para el semejante
Temible para la prensa nuestra
Desabotona las leyes
Exponiendo al frío los humanos
Todo desvanece
Queremos paz grita un indiecito
El otro siempre te sonríe
Porque el bolsillo lo exige
A la hora exacta se define el llanto
Los corazones borbotean como las burbujas
Lanzas chirrían bajo el sol
¡Al fin! ¡Todos a celebrar!
Por que el blanco ya no nos sonríe
Por que Alan dio su adiós
La Amazonía la de siempre

ORACION DEL HONDUREÑO




Bendita esta por Dios la prodiga tierra en que nací!

Fecundan el sol y las lluvias sus campos labrantíos; florecenn sus industrias y todas sus riquezas explenden magnificas bajo su cielo de zafiro. Mi corazón y mi pensamiento, en una sola voluntad, exaltaran su nombre, en un constante esfuerzo por su cultura. Número en acción en la conquista de sus altos valores morales, actor permanente de la paz y del trabajo, me sumar a sus energías positivas; y en el hogar, en la sociedad o en los negocios públicos, en cualquier aspecto de mi destino, siempre tendré presente mi obligación ineludible de contribuir a la gloria de Honduras.

Huyo del alcohol y del juego, y de todo cuanto pueda disminuir mi personalidad, para merecer el honor de figuarar entre sus hijos mejores. Respeto sus símbolos eternos y la memoria de sus próceres admirando a sus hombre ilustres y a todos los que sobresalgan por enaltecerla.

Y no olvidaré jamás que mi primer deber será, en todo tiempo, defender con valor su soberanía, su integridad territorial, su dignidad de nación independiente; prefiriendo morir mil veces antes que ver profanado su suelo, roto su escudo, vencido su brillante pabellón.

Bendita esta por Dios la prodiga tierra en que nací! Libre y civilizada, agrande su poder en los tiempos y brille su nombre en las amplias conquistas de la justicia y del derecho.

oración / luis maría montero

"voy a cantar una canción que antes fue un poema, escrito por luis maría montero.. que colgó en las paredees de muchas ciudades, concretamente en mi cuarto, en granada, donde luis en ese poema llamado "oración", le pedía a los poderes irracionales, a los poderes que va más allá de la gestión de nuestro deseo y de nuestro voto.. le pedían que no entre en una guerra que hoy día ha cargado a miles y miles de seres humanos... como un poema no puede terminar o parar una guerra... como la locura es muchísimo más perversa que cualquier acto de creación, hoy vamos a cantar esta creación en memoria de la gente que ha caído en esta guerra, y en memoria de todas esas putas guerras de todo este puto planeta..."






para descargar:
http://www.divshare.com/download/7944631-416

ORACIÓN
LUIS GARCÍA MONTERO


A vosotros,
que cortáis la manzana de la muerte
con el anonimato de una guerra,
os pido caridad.


Por un Dios
en el que jamás he creído.
Por una Justicia
de la que desconfío.
Por el orden de un Mundo
que no respeto.

Para que renunciéis a vuestra guerra
yo renuncio a mis dudas,
que son parte de mí
como la luz amarga

es parte del otoño.

Y escribo Dios, Justicia, Mundo,
y os pido caridad,
y os los suplico.

Amén...

domingo, 19 de julio de 2009

Propiedades del triste / Por Santiago Kovadloff


En este elogio filosófico se argumenta que, a diferencia de la melancolía, la tristeza muchas veces fortalece y adecenta. Atributo de eminente lucidez, ese estado de ánimo tiene como actividad preeminente la contemplación y como una de sus características el estoicismo

I

Hay por lo menos dos acepciones del triste. Una que lo da como abatido, hace de él un derrotado a manos de su pesar. La otra, en cambio, no lo reduce al motivo de su desdicha. Sin dejar de consignarlo como un alma en la que el dolor ha impreso su huella, esta segunda acepción decreta que el triste, a diferencia del melancólico, no ha sido aniquilado por su pena. Digamos, pues, que si bien se trata de un náufrago, no se trata de un ahogado.

La del triste, en el sentido en que me importa, no es una vida ofrendada al bien perdido. No sería un triste, sin embargo, si no perdurara en él la estela de esa luz que se apagó. Más aún: si ella no infundiera a su voz, a su gesto, a su mirada, un matiz determinante. El triste es triste porque aquello que le falta -ya sea porque nunca lo tuvo o bien porque lo perdió- también lo constituye.

Aventuro un paso más: a diferencia de la melancolía que arrasa, creo que la tristeza muchas veces fortalece y adecenta. Quien se muestra trabajado por ella ha resuelto darse a ver en su claroscuro. Eso no significa que ande sediento de confidencia y consuelo ni empeñado en opacar las alegrías a las que, de tanto en tanto, accede. En todo caso, al triste no lo urge la confesión sino la afinidad. Sus almas gemelas son almas tocadas por penas similares a la suya, penas a las que han sabido rehacer, transfigurándolas en obra o emprendimiento y sobre las que, literalmente, ya no necesitan volver. Es la huella decantada de un llanto lo que el triste cabal ofrece, no ese llanto como tal. Y acaso por eso acierta el hondo Fernando Ulloa al llamar "meditada y húmeda" a la tristeza.

II

El triste a cuyo lado mejor me siento es sobrio en sus modales y lento en el decir, como si, vacilando, se sincerara. El suyo suele ser un medio tono, el que tiende más bien a ser bajo. Como si buscara, en la cautela de lo que es poco menos que un susurro, algún amparo que lo resguarde de la tentación de pasar por uno que está indemne en su saber.

El hombre que ha podido volver de la ceniza trae en su voz la aspereza del silencio que casi lo consumió. Y si me agrada el efecto de esa íntima tristeza sobre la modulación de las palabras es porque promueve una cercanía que casi no demanda sustento conceptual. Al igual que los caballeros de la fe, a los que Sören Kierkegaard alude, los tristes cabales más que oírse, se olfatean, más que buscarse se encuentran, y al escucharse confirman lo que ya al verse supieron.

Somos también lo que resta de la certeza de contar con una identidad que alguna vez pareció estar, si no en nuestras manos, al menos a nuestro alcance y sin embargo no pudimos atrapar. Ese residuo tenaz, que en su forma más discernible se impone como insolvencia para saber con plenitud de nosotros mismos, es la fuente sustancial de la tristeza que palpita en toda vida lograda. Pues sólo en una vida lograda ese residuo intransigente resulta realmente diáfano como enigma irreductible de toda identidad. Es decir que cuando mejor se lo discierne es cuando menos mentida y trunca está esa vida. Sólo una vida de veras lograda conoce la radicalidad de los grandes fracasos, ésos que no resultan de lo que nos pasa sino de lo que irremediablemente somos.

La tristeza es mansa, suave, se insinúa. No irrumpe jamás con violencia ni florece en la desesperación. No clama ni estalla. Se filtra, gotea, es levedad. La tristeza es ese dejo de profunda y serena incomprensión o insuficiencia que corona todo saber, todo hacer, todo creer. En este sentido, la tristeza es la metáfora extrema con la que se triunfa sobre una literalidad extenuante. ¿Cómo no reconocerla en esa formidable caracterización que el maestro Alberto Caeiro le brinda a Alvaro de Campos? Este le ha preguntado si está contento consigo mismo y Caeiro le responde: "No, estoy contento".

Es que la tristeza cabal corona la faena de autodiscernimiento cumplida sobre la propia existencia. Si concibo la tristeza como atributo eminente de la lucidez es porque complementa la penetración que distingue a las ideas inspiradas con la conciencia radical de que toda interpretación, siendo indispensable, es a la vez totalmente provisional, fruto de coyunturas que sin cesar se suceden o modifican. La búsqueda incansable del matiz en el arte de la reflexión no responde sino a ese desesperado afán de retrasar al máximo el encuentro con la insuficiencia insuperable. Y al influjo de ese matiz sólo se abre el alma herida por el tajo de una gran pérdida a la que, no obstante, ha sido capaz de sobrevivir y que no es, necesariamente, la de alguien o la de algo sino la de no poder ser inequívoco.

La tristeza es ese levísimo barniz de humor que nos acompaña aun en la expresión de lo que con mayor seriedad decimos.

La tristeza es el indicio candente de un fracaso insoslayable que opera como advertencia y freno al borde de la pendiente de los excesos y la fascinación por lo rotundo. Nada nos cura mejor del amor propio y la jactancia que el reencuentro periódico con las raíces nunca marchitas de esa tristeza que con tanta nitidez deja su impronta en nuestra voz y en nuestros ojos, en los gestos y hasta en el paso. Y que se anuncia en casi todo lo que somos, cuando de veras hemos aprendido a reconocer la imponderabilidad final que encierra el hecho de ser uno por una única vez.

Hay, claro que sí, algo de estoico en el triste. Sobre todo si al estoico se lo entiende como aquel que ha aprendido a ser ecuánime con el dolor, a tratar con él sin dejarse consumir por el padecimiento.

Leopardi, Modigliani, Dvôrák en sus quintetos 1 y 97, Satie, Caproni y Pessoa figuran, junto a Emile Cioran, entre mis tristes dilectos. Veo en ellos a grandes baquianos del mutismo que sumerge al corazón cuando se vive una gran congoja. Creo advertir tristeza en casi todos los pronunciamientos filosóficos y políticos de Camus. Es decir que reconozco en ellos una fortaleza ética no reñida con el sentimiento de lo trágico, tenaz y desesperanzada a la vez. Algo similar se advierte en Claudio Magris y en la prosa de Víctor Massuh. "El hombre es una voluntad de forma", señala éste dando a entender que el caos es la inagotable materia prima de su incesante configuración.

La vitalidad de mi tristeza aflora con frecuencia frente a mi ventana, mientras contemplo extasiado los fugaces atardeceres de junio; en las primeras mañanas del invierno, dejándome ir temprano por las calles semidesiertas, embriagado por esa mínima promesa de luz con que despierta el día o al presentir la secreta raíz del impulso que me dicta, al escribir, ciertas palabras y no otras.

A ser un triste se llega obrando sobre un hondo desconsuelo. Poco importa cuál. Transfigurado por el triste cabal, ese desconsuelo pasará a ser un modo ganado de andar por el mundo. Nadie, no obstante, que de veras aspire a hablar puede darse por expresado. Y no por falta de palabras sino de materia expresable. Sólo podemos sugerir, esbozar, insinuar a medias una identidad que no termina de ser tal y por eso no ingresa de lleno en la enunciación. No nos falta saber del objeto sino objeto a secas sobre el cual llegar a saber. Y el triste es triste también porque lo sabe. Como sabe que nadie, al callar, puede darse por liberado del pesar que genera lo indecible. Es que en el triste perdura, como bien me ha dicho Isidoro Vegh, "una sensibilidad del primer destierro".


III

Entre todos los seres vivos que podemos reconocer, sólo el hombre, hasta donde lo sé, es capaz de contemplar. Contemplar es, a mi entender, la actividad preeminente del triste. El triste, que tantas veces parece ausente, en verdad no lo está. Está, eso sí, abstraído, modelado por una ausencia. Quien contempla se entrega a la errancia de un ver descentrado y sin meta cuya única intención es ese dejarse vagar por la abundancia de lo que se le ofrece reconfigurándose, sustrayéndose una y otra vez al inventario de lo clasificable.

Justamente, al no empeñarnos en imponer un significado preciso a aquello que, de tanto en tanto, se nos brinda a condición de no pretender atraparlo en un sentido -el mar, los cielos, el desierto, la noche estrellada, el dorso resplandeciente de una hoja otoñal, nuestro propio rostro en el espejo-, al sostenernos en esa imposibilidad de discernimiento conceptual pleno que acompaña lo que no obstante aprehendemos, contemplamos, nos templamos al calor de lo que sólo se deja frecuentar si no cedemos al afán clasificatorio. "Lo abierto" ha llamado Rilke a cuanto incidiendo sobre el hombre excede la significación que éste pueda imponerle. Mira quien observa pero quien contempla responde con la suya a la presencia de lo anónimo que insiste en hacerse patente allí donde somos capaces de entregarnos al trato con lo inconcebible, a la errancia semántica que ese trato implica. Es que quien contempla se deja ir.

La emoción que entonces embarga al contemplativo, la conmoción que entonces tiene lugar dan sustento a los posibles menesteres del triste. Algo hará el triste a su turno con aquello que antes pudo con él acallándolo. Y tanto en lo hecho como en su modo de hacer, se advertirá la traza del vacilante, el roce con lo indecible del que proviene, y que vulneró tanto su sentimiento habitual de identidad como el significado que convencionalmente atribuyó a las cosas. Esas cosas que de pronto se liberan, se dislocan y asombrándonos por la fuerza con que se insubordinan al trato familiar, nos interpelan con una intensidad desconocida.

Triste es aquel que no olvida ni quiere olvidar la certidumbre de que nada le habla más íntimamente de su propia imponderabilidad que esa exposición a la luz radical de lo anónimo, que esa presencia indesignable que atraviesa la suya y a la que con frecuencia el hombre intenta inscribir de algún modo en un nombre que acote y revele a la vez su desmesura: aurora, dolor, tierra, océano, horizonte; semblante del que acaba de morir, ocaso, rostro del recién nacido, voz amada o los nombres de Dios.

Todas éstas pueden llegar a ser, entre tantas y tantas otras, expresiones de lo que Karl Jaspers designa como "lo incondicionado", temblorosas configuraciones de lo inviable en términos de medida y de contorno, presencias que con su intensidad remiten a lo que desborda el lenguaje.

De esta desmesura sólo soportable en el hechizo de la contemplación, de la cual la poesía siempre es fuente y fruto simultáneo, pareciera provenir un indicio de la verdad de nuestro propio ser que, no sé por qué, nos entristece, es decir, nos afecta mediante la exhibición de nuestra irremediable impotencia para sobrellevar nuestra finitud sin padecerla.

¿Qué discernimos al no comprender esa imponderabilidad con la que no pueden los ojos ni el entendimiento y a la que sin embargo nuestra sensibilidad accede? Triste es, en ese caso, quien, tras haberse visto sumergido en semejante conmoción, logra tomar la palabra dejando ver, en cuanto dice, la huella de la desmesura que ha soportado.


IV

El del triste es, pues, un estatuto posterior al del perdedor. Posterior y superador. Al infundir a su pena rango sublimatorio, el triste puede perfilarse como un sujeto que sufre y no verse reducido al dolor que lo consume. Pero si bien no consiste en su abismo, tampoco, sin ese abismo, puede consistir. Carga con sus muertos, no los abandona, y ello prueba que ha sobrevivido. El melancólico, en cambio, perdedor por excelencia, sólo se deja ver como expresión de los muertos que lo abruman y con los que, por eso mismo, no logra cargar. Mientras el melancólico brilla por su ausencia como persona, en el triste la ausencia resplandece bajo la forma innovadora de una recreación. Y ésta es, curiosamente, su alegría. La alegría de superar la inmovilidad que busca imponerle su pena. El destino ulterior que a ella sabe infundirle constituye la materia de su módico entusiasmo, la expresión de su contento. De su singular contento de alquimista.

La Nación, Buenos Aires, 2006

Lunas de Otoño / carlos lugo



Primera Luna
La noche se nego a parir su concierto de estrellas
y el silencio reino al compas de la danza de losdioses.
Nada pudo romper el sortilegio de esta luna de otoño
inmensamente hermosa
inmensamente triste
como el recuerdo de tus besos.



Segunda Luna
Mi alma se desnuda y sufre bajo tu mirada complice
y el silencio me golpea con la ausencia de su nombre.
¿Dime a donde iran a parar mis lagrimas luna de otoño?
Los versos humedos de este poema inconcluso
que se pierden en este otoño gris
errantes
solitarios
soñadores
e inquietos.



Tercera Luna
En esta luna solo hay silencio
ese silencio inmovil
frio
hiriente
y mortal
que emana de tu ausencia.



Cuarta Luna
Esta noche me invaden tus urgencias mas intimas
tus explosiones de amor
el llamado al gozo de tu salvaje geografia.
Esta noche descubro tu sudor en mis playas
y me pierdo en el milagro de tu sexo
buscando convertir tus aguas mansas
en un mar tempestuoso y violento.
Sin embargo esta noche tu presencia es solo un recuerdo
un sueño reflejado en el espejo triste de esta luna
mi cuarta luna
que le quito a mi cuerpo tu mar hambriento de caricias.




Quinta Luna
Sombras, son solo sombras
las que habitan mis noches
retazos de sueños
en el mar de los espejos rotos
las aves grises del pasado
en su vertiginoso vuelo hacia el sur
almas vagabundas sedientas de besos
rostros interminablemente tristes y ajenos
ajenos a la luz de una sonrisa.
Sombras, son solo sombras=85



Sexta Luna
Hoy visto tu color melancolia
y me cobijo con el abrazo de estos vientos de octubre.
¿Quien le ha robado a mi lienzo sus celajes y golondrinas?
¿Por que la plaza no viste sus mejores galas?
¿Por que los campanarios no estan llenos de palomas?
¿Por que este otoño gris?
¿Por que?


Septima Luna
He llegado a mi septima luna
la antesala a la nieve del olvido
al invierno hostil de la carencia de tu nombre
de tu rostro y su luz
de tus labios y sus mieles
de tus manos y sus fuegos
de tu cuerpo y sus sudores
de tu vientre y su humedad
de ti
He llegado a mi septima luna
y no me quedan fuerzas o lagrimas
ni siquiera para morir
ni siquiera para llorar.

 
cheqa - Wordpress Themes is proudly powered by WordPress and themed by Mukkamu Templates Novo Blogger