LA VIDA ES UN TRASPIE / HUGO MAYO


Si digo "treinta y tres" -orden del médico-
me golpea mi propio yo adentro
Y hasta me voy hundiendo
y el tapeteado corazón se bate a solas
No se si pido lo imposible
que aunque me resulte un quitasueño
La vida es un traspié buscado
y a mi manera cruzar la mar intento
Pero hay agua maligna en sus mareas
Y a qué esa señal que no descifro
si en la espelunca donde me encierro
escribo mi vida en un poema

domingo, 28 de febrero de 2010

TODO LO QUE SOY / Hugo Mayo


Soy delfín en los mares de la espera
Mi obscena careta que agoniza
tiene la piel madura
Si la ato a las dos sílabas del miedo
la oración es un silencio
Veo pedazos de tiempos insepultos
en las horas que vienen madrugadas
Y sé que no pude robar una sonrisa
Que llevo en mis bolsillos
monedas de inquietudes
Que mis pies vestidos de sandalias
pisaron la esperanza
Y regañé muchas veces al destino
Y oculté en la tiniebla desolada
mis propias iniciales
El agua que me baña me lastima
-el agua es el refugio de mi huida-
Y aunque me niego en pleno día
un absurdo recado me limita
Habito en la caída del relámpago
y almaceno la lluvia...

CANCION GRIS / JOSÉ MARÍA EGAS


Lluvia...
Melancolía!...
................................................

(En el balcón, tu cabecita rubia
es como el sol de la mañana fría.)

Lluvia... Melancolía!

Las campanas, enfermas de langor y dulzura
ponen su vieja nota gris.
El alma tiene santidad de albura
como los pétalos de un lis.

El paisaje se duerme en su infinita
serenidad...
Y la lluvia cae lenta, cae la lluvia
infinita sobre las cosas, sin piedad.

La mañana
pone con dulce languidez de hermana
la vaguedad de su matiz.
Y al apagar su débil
tono de luz, su tono de rosa,
fluye más larga, flébil,
más dolorosa, la canción gris.

Lluvia... Melancolía!

(En el balcón, tu cabecita rubia
es como el sol de la mañana fría.)

El Corso Triste de la calle Caracas / Alejandro Dolina




de "Crónicas del Angel Gris", por Alejandro Dolina. Ilustración de Carlos Nine.


Según una difundida leyenda, el Carnaval fue alguna vez una fiesta popular, con personas disfrazadas, musica, baile, bromas y murgas. En verdad, cuesta creer semejante cosa. Como quiera que sea, la legendaria gesta ha muerto ya. Sin embargo, como silenciosas habitaciones vacías, han quedado ciertas fechas del almanaque a las que la terquedad general insiste en adjudicar la condición de carnavalesca. Esos días son utilizados no ya para festejar sino más bien para reflexionar y añorar la ausencia de la fiesta. Se trata, según se ve, de un curioso destino: pasar del entusiasmo a la nostalgia, de la pasión a la meditación, de la alegría a la tristeza. Muchos espíritus taciturnos se solazan con este estado de cosas y afirman que la farra y el desenfreno de otras épocas fueron apenas un paso previo e inevitable, cuyo noble fin se cumple ahora, en el ejercicio del recuerdo. Ilustracion de Carlos Nine
Los Hombres Sensibles de Flores simpatizaban en cierto modo con este criterio. Para ellos el Carnaval no solamente servía para seducir señoritas en las milongas sino también para pensar en el paso del tiempo.
Puede afirmarse sin caer en el infundio que esta ilustre manga de atorrantes jamás consiguio entender el sentido de los Carnavales.
Manuel Mandeb pensaba que las gentes se ponían contentas en virtud de algún suceso que todos conocían menos él. Sus amigos padecían un desconcierto de la misma clase.
Esto puede explicar la extraña conducta de los Hombres Sensibles en los corsos y en los bailes.
Durante un rato hacían fuerza para sentirse alegres: bailaban, comían chorizos, se ponían caretas, hablaban con voz finita y mojaban a las damas con pomos de colores. Después comprendían que todo aquello era inútil y entonces se iban a otros bailes, discutían con los mozos, miraban las orquestas, evocaban antiguos Carnavales y cantaban el tango Siga el Corso. Ya en la madrugada maldecían el Carnaval, se estacionaban en las esquinas desoladas y se burlaban de los caminantes que volvían a sus casas.
Pero una tarde de verano Manuel Mandeb tuvo una inspiración genial. Se le ocurrió organizar todos los años el Corso Triste de la Calle Caracas.
Se trataba de una idea interesante: Mandeb pensaba que en los Carnavales vulgares todos disimulaban la tristeza disfrazándose de personas alegres. Su proyecto consistía en adoptar disfraces y actitudes melancólicas para ver si detrás de ellos se instalaba la alegría.
"Si bajo la sonora risa del payaso se adivina siempre una lágrima, es posible que encontremos una sonrisa si sacamos nuestras caretas de víctimas"
Si el propósito de Mandeb fue lograr un clima de pesadumbre, hay que decir que lo consiguió. El Corso Triste de la Calle Caracas era francamente tenebroso. Todas las luces estaban apagadas. Los asistentes deambulaban como sombras fingiendo toda clase de sufrimientos.
Las murgas entonaban canciones trágicas y tangos de Agustín Magaldi.
Los disfraces eran lastimosos: de condenado a muerte, de novia abandonada, de jugador expulsado, de deudor hipotecario, de vendedor de libros y de intoxicado.
Con el tiempo el Corso Triste se fue haciendo más ambicioso y complejo.
Jorge Allen, el poeta, empezó a escribir versos murgueros con pretensión literaria.


"Si parliamo' del destino
bororom bobom bobom...
¿Quién conoce su camino?
Bororom borom borom....
Nadie puede contra la suerte
la última carta es la de la muerte
borobobom bombom
borobobom bombom."


Los muchachos tristes de otros barrios se acercaron poco a poco y pronto circularon carrozas de hojas secas y automóviles con las ventanillas cerradas.
En el tercer año, se constituyó un jurado y se realizaron concursos y torneos.
Las comparsas se sacaban chispas para ver cuál era la más deprimente. Los Lonyipietros del Desengaño, los Decrépitos del Mañana y Chispazos de Soledad fueron las agrupaciones más renombradas.
Las reinas del corso eran bellísismas, pero inaccesibles y perversas. El premio anual de máscara suelta lo ganó siempre el mismo individuo Hablamos -desde luego- del célebre actor Eladio del Prado, quien no tenía rival en la técnica de la caracterización.
Sus primeros disfraces fueron sencillos. Una noche apareció disfrazado de esclavo persa y todos se condolían al ver su espalda surcada de latigazos y su cuerpo encorvado bajo el peso de enormes cadenas.
Después, sus creaciones fueron más complejas. Un domingo fue cíclope y a la mañana siguiente revolucionó todo el barrio buscando el ojo que se había sacado. Fue también mendigo escocés y la gente lloraba al verlo soportar la nieve de Glasgow en la Calle Caracas.
Cuentan que Del Prado, entusiasmado por sus éxitos, resolvió seguir con sus disfraces durante todo el año. Dicen que su destreza crecía junto con su crueldad.
Una noche de invierno, los Hombres Sensibles saltaron de alegría al ver reaparecer al Tonio Berardi, el pibe que murió en Paris. Organizaron una gran fiesta, y en el momento en que alzaban las copas para celebrar la resurección, Del Prado se sacó el guardapolvo, se lavó las rodillas, volvió a poner cara de persona mayor y apareció tal cual era. El ruso Salzman estuvo dos semanas en cama y Jorge Allen casi se queda tartamudo.
EL último Carnaval del Corso Triste, Eladio Del Prado se disfrazó para siempre de recuerdo y nadie volvió a verlo por el barrio del Angel Gris.
La comisión organizadora del Corso pronto advirtió que la creación de Mandeb tenía interesantes posibilidades económicas. Esto resulta un poco sorprendente si se recuerda la nula capacidad de los Hombres Sensibles para los negocios. De cualquier manera, es un hecho que durante largos años los muchachos del Angel Gris vendieron papel picado. Emplearon la conocida técnica que ha enriquecido a tantos mercaderes: en la primera jornada las bolsitas estaban llenas de papelitos brillantes e inmaculados. Cuando terminaba la fiesta, barrían el piso y volvían a embolsar el papel. Noche tras noche, el producto se ensuciaba y envilecía, hasta que en la muerte del Carnaval las bolsitas estaban llenas de tierra, tapitas de cerveza, caramelos empezados y otras porquerías. Algunos memoriosos creen reconocer todavía hoy en los bailes de Villa del Parque, restos del papel picado primogenio que se vendía en el Corso Triste.
Para contribuir a la pesadumbre de la concurrencia, Mandeb vendía pomos llenos de lágrimas que -si ha de creerse a sus detractores- falsificaba con agua y sal.
Los Refutadores de Leyendas, en su carácter de comparsa racionalista, solían acercarse a la fiesta de la calle Caracas para buscar camorra. Todos recuerdan sus afinados pregones:


"Los Refutadores
señoras, señores,
llegan con sus ritmos
y sus silogismos.
Los desafinados
a exponer sus ilusiones
y a confrontarlas
con nuestras refutaciones..."


Las olímpicas razones de la murga encontraban muchas veces contundente respuesta y dentro de un clima polémico y agudo, solían armarse formidables peleas que -por cierto- daban lustre y renombre al Corso Triste.
Año tras año, los Carnavales de la calle Caracas fueron poniéndose más divertidos. Naturalmente, esto provocó su decadencia.
Los Hombres Sensibles de Flores, al observar el jolgorio, comprendían que el proyecto inicial iba camino del fracaso.
La sobria melancolía de los primeros tiempos iba dando paso a sonrisas complacientes cuando no a risotadas sin freno.
¡Ah! -se lamentaban- ¡Carnavales eran los de antes!
Y entonces contaban anécdotas de los corsos de antaño, austeros y silenciosos, comparándolos con la insoportable algarabía que tenían ante sus ojos.
Pero en realidad la verdadera esencia del fracaso hay que buscarla por otros rumbos.
Como ya se ha dicho, lo que buscaban Mandeb y sus amigos era un dejo de alegría que debía aparecer al quitarse la máscara trágica.
Y lo cierto es que nunca encontraron tal cosa.
Cada vez que -con toda ilusión- abandonaban sus disfraces de atormentados, encontraban debajo nuevos tormentos que, para peor, eran reales.
Por eso, comprendiendo que la dicha no estaba en el Carnaval y quizás en ninguna parte, los Hombres Sensibles disolvieron para siempre el Corso Triste de la Calle Caracas.
Hoy, cuando la fama de los muchachos del Angel Gris ya encontró su tumba en los vientos de la estación Flores, hay -aunque pocos lo adivinen- centenares de corsos tristes. Y son mucho más tristes que el de la calle Caracas, pues su tristeza es involuntaria y su propósito es la alegría.
Tal vez ha llegado el momento de comprender que los criollos no hemos nacido para ciertas fantochadas. Que se rían los brasileños. Tengamos, eso sí, fiestas y reuniones populares. Pero no dejemos de ser quienes somos. Si nuestra extraña condición nos ha hecho comprender el sentido adverso del mundo, agrupémonos para ayudarnos amistosamente a soportar la adversidad.
A lo mejor, los Carnavales de antaño, tan añorados por los animadores de la radio, no eran mas que eso: una reunión de gente triste que buscaba consuelo.

HISTORIA DEL QUE ESPERO SIETE AñOS / Alejandro Dolina



Jorge Allen, el poeta, amaba a una joven pechugona de los barrios hostiles.
Segun supo despues, alcanzo a ser feliz. Una noche de junio, la chica resolvio abandonarlo.

- No te quiero mas - le dijo.
Allen cometio entonces los peores pecados de su vida; suplico, se humillo, escribio versos horrorosos y lloro en los rincones.

La pechugona se mantuvo firme y rubrico la maniobra entreverandose con un deportista reluciente.
El poeta recobro la dignidad y empleo su tiempo en amar sin esperanzas y en recordar el pasado. Su alma se retemplo en el sufrimiento y se hizo cada vez mas sabio y bondadoso. Muchas veces soño con el regreso de la muchacha, aunque tuvo el buen tino de no esperar que tal sueño se cumpliera.

Mas tarde supo que jamas habria en su vida algo mejor que aquel amor imposible.

Sin embargo, una noche de verano, siete años y siete meses despues de su pronunciamiento, la pechugona aparecio de nuevo.

Las lagrimas le corrian por el escote cuando le confeso al poeta:
- Otra vez te quiero.
Allen nunca pudo contar con claridad lo que sintio en aquellas horas. El caso es que volvio a su casa vacio y desengañado. Quiso llorar y no pudo. Nunca mas volvio a ver a la pechugona. Y lo que es peor, nunca mas, nunca mas volvio a pensar en ella ni a soñar su regreso.

Hoy te hiciste beso / María Cristina Garay Andrade


Hoy te hiciste beso para mi antojo
Bañándote de ternezas mirándote a los ojos
De seda se hicieron las caricias de mis manos
Consintiendo los deseos de tus seductores reclamos

Tu nostalgia encontró mi amparo y me apasionó
Con el delicado calor que dispersa tu figura
En el tono de tu voz reposo bañada de dulzura
El corazón se llenó de gozo atenuando el abandono

La espera concretó el anhelado sueño
Correspondiendo a mi amor, tu amor se hizo dueño,
Sin pensarlo íntegramente cautivada a mis años
Concretamos la intimidad con palabras sin engaños.

Encontrar regocijo en tu mística hermosura
Admirar de tu figura la fragancia de frescura
Encontrando en la poesía o en la prosa la cultura
De esa alma tuya que me embelesa llena de ternura

Ese beso loco de sed que desde lejos tú percibes
No deja huella pecadora si por él te decides
Suspirando apasionado en horas silenciosas
Sabe a miel como el néctar de las rosas

Te hiciste esa unión con que a Dios se reza
Al sentirme completamente amada por tu entereza
Recordando la vez primera en soledad sonrojada
El “tuya” nace espontáneo por estar de ti enamorada

Preludio / Francisco A. de Icaza


También el alma tiene lejanías;
hay en la gradación de lo pasado
una línea en que penas y alegrías
tocan en el confín de lo soñado:
también el alma tiene lejanías.

En esos horizontes de olvido
la sujeción de la memoria pierdo
y no sé dónde empieza lo fingido
y acaba lo real de mi recuerdo
en esos horizontes del olvido.

La azul diafanidad de la distancia
en el cuadro los términos reparte;
aquí mi juventud, allá mi infancia
y entre las dos, la pátina del arte...
La azul diafanidad de la distancia.

Ese tono del tiempo, que completa
lo que en el lienzo deja la pintura,
hace rugoso el cutis de asceta,
y a la tez de la virgen da frescura
ese tono del tiempo que completa.

Pulimento y matiz del mármol terso
es en la vieja estatua, y melodía
en la cadencia rítmica del verso
donde adquiere la antigua poesía
pulimento y matiz del mármol terso...

Color de las borrosas lontananzas
es del alma en los vagos horizontes,
donde envuelve recuerdos y esperanzas
en el azul de los lejanos montes
color de las borrosas lontananzas.

La única herida / Alejandra Pizarnik




¿Qué bestia caída de pasmo
se arrastra por mi sangre
y quiere salvarse?

He aquí lo difícil:
caminar por las calles
y señalar el cielo o la tierra.

definiciones / gioconda belli


Podríamos tener una discusión sobre el amor.
Yo te diría que amo la curiosa manera
En que tu cuerpo y mi cuerpo se conocen,
Exploradores que renuevan
El más antiguo acto del conocimiento.

Diría que amo tu piel y que mi piel te ama,
Que amo la escondida torre
Que de repente se alza desafiante
Y tiembla dentro de mí
Buscando la mujer que anida
En lo más profundo de mi interior de hembra.

Diría también que amo tus ojos
Que son limpios y que también me penetran
Con vaho de ternura o de preguntas.

Diría que amo tu voz
Sobre todo cuando decís poemas,
Pero también cuando sonás serio,
Tan preocupado por entender
Este mundo tan ancho y tan ajeno.

Diría que amo encontrarte
Y sentir dentro de mí
Una mariposa presa
Aleteándome en el estómago
Y muchas ganas de reírme
De la pura alegría de que existías y estás,
De saber que te gustan las nubes
Y el aire frio de los bosques de Matagalpa.
Podríamos discutir si es serio esto que
Te digo.
Si es una quemadura leve, de segundo, tercer
O primer grado.
Si hay o no que ponerle nombre a las cosas.
Yo solo una simple frase afirmo
Te amo.

Tercer poema de amor / roque dalton


A quienes te digan
Que nuestro amor es extraordinario
Porque ha nacido
De circunstancias extraordinarias
Diles que sencillamente luchamos
Para que un amor como el nuestro
-amor entre compañeros de combate-
Llegue a ser en El Salvador
El amor más común y corriente
Casi el único.

 
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