Poema de Benedetti a Allende

Poema de Benedetti a Allende

Para matar al hombre de la paz
para golpear su frente limpia de pesadillas
tuvieron que convertirse en pesadilla,
para vencer al hombre de la paz
tuvieron que congregar todos los odios
y además los aviones y los tanques,
para batir al hombre de la paz
tuvieron que bombardearlo hacerlo llama,
porque el hombre de la paz era una fortaleza
Para matar al hombre de la paz
tuvieron que desatar la guerra turbia,
para vencer al hombre de la paz
y acallar su voz modesta y taladrante
tuvieron que empujar el terror hasta el abismo
y matar mas para seguir matando,
para batir al hombre de la paz
tuvieron que asesinarlo muchas veces
porque el hombre de la paz era una fortaleza,
Para matar al hombre de la paz
tuvieron que imaginar que era una tropa,
una armada, una hueste, una brigada,
tuvieron que creer que era otro ejercito,
pero el hombre de la paz era tan solo un pueblo
y tenia en sus manos un fusil y un mandato
y eran necesarios mas tanques mas rencores
mas bombas mas aviones mas oprobios
porque el hombre de la paz era una fortaleza
Para matar al hombre de la paz
para golpear su frente limpia de pesadillas
tuvieron que convertirse en pesadilla,
para vencer al hombre de la paz
tuvieron que afiliarse siempre a la muerte
matar y matar mas para seguir matando
y condenarse a la blindada soledad,
para matar al hombre que era un pueblo
tuvieron que quedarse sin el pueblo.

viernes, 27 de junio de 2008

del abelito ...

habìa una vez una niña que subiò al telefèrico de milindoquitodemividayotecantoconamor, con alguien a quien
quiere mucho, y le hizo bailar el chullita quiteño a semejante altura...

èl escribiò esto...

Alguien me pregunto hoy -¿Cómo estás?, como siempre me suelen preguntan, y como siempre respondo –Estoy sentado.



Pero esta mañana me preguntaron y…

Mi garganta levemente inflamada
raspa el viento que me interna,
y mi voz como erosionada
se oye en breves semicírculos de voces ajenas...

Mi traje azul,
cadencioso al compas de estos días grises
poco logra en su intento abrigador,
la corbata ploma ajustada con dulzura
toma el pulso vital de mi respiración.

Mis zapatos, negros y sucios,
como hambrientos huérfanos
caminan las calles húmedas,
sus pasos -los míos-
ensombrecidos largan piedrecillas en las aceras,
convidan compañías ágiles de niños escolares,
se detienen a sus gritos y correríos sin presagios.

Mi piel,
monótona y limpia,
larga capa de insensible naturaleza,
absorbe la humedad de una ducha tibia,
se estremece a ratos,
cuando se entretocan -por ejemplo-
mis dedos en cualquier parte.

Mi cabello largo,
largo como las esperas incómodas,
como los libros inconclusos,
se derrama estéril pasto negro sobre mis sienes,
su desparpajo siempre, su inmovilidad siempre.
A ratos mis dedos
buscan en su espesura el calor del carbono de sus pelos,
ahí escondidos del mundo
aman el verano que extrañan desde niños.

Mi rostro borroso cumple su acto rutinario,
los ojos dormidos miran,
la nariz decomisada huele,
los oídos sordos oyen,
y mis labios,
secos son el cauce de ríos de azufre,
grietas dolorosas,
surcos serranos de tristeza,
el hambre y la ausencia,
que importan mis labios.

Y adentro,
un motor ruge compases guitarreados,
vísceras y sangre abrazándose, amándose.
Así estoy.
¿Cómo estás tú? –Le dije.

Desde Tacna
Abel

P.d.
Salió el sol…
asterisco: una vez un coleguita mìa el de un colegio donde èramos psicòlogos, me dijo: COMO ESTAS.. y yo le respondì: Bien, gracias y tù?? Entonces dijo: NO VANE, NO ERA UNA PREGUNTA, ERA UNA AFIRMACIÒN, "!!!!còmo estàs!!!!! jijijij

desmesura / francisca aguirre

un dìa alguien me dijo desmesurada..
no sè quièn pero me lo dijo...
tampoco me acuerdo en què contexto ni por què...
bueno el asunto es que encontrè este poema y me acordè de la palabrita y fui al diccionario a buscarla...
desmesurada segùn el real diccionario... o mejor dicho segùn el diccionario real? o ese de la lengua española dice: 1. f. Descomedimiento, falta de mesura... entonces me fui a buscar ahì mismo la palabra mesura: (Del lat. mensūra, medida).
1. f. Moderación, comedimiento.
2. f. Gravedad y compostura en la actitud y el semblante.
3. f. Reverencia, cortesía, demostración exterior de sumisión y respeto.
4. f. ant. templanza (‖ virtud cardinal).
5. f. ant. medida.

y descomedida no soy... osea no serìa desmesurada.. pero mesurada tampoco porque muy pocas veces me modero o me pongo "grave" -aunque me digan lo contrario jiji-, pero eso de la sumisiòn olvìdenlo! respeto si, a quien se lo merece..bueno ya a quien no tambièn... templanza....no tengo nada templado :( en pocas no soy ni lo uno ni lo otro pero todo lo contrario.. en fin! que el poema ta lindo...

asterisco: premio a quien me dice què relaciòn tiene el texto con la imagen!!




Francisca Aguirre
Desmesura

A Javier Statié

Dijo que no. Y el Tiempo se quedó sin tiempo.
Luego, la vida hizo una pausa
y todo pareció recomponerse
como esos acertijos infantiles
en los que sólo falta una palabra,
una palabra necesaria y rara.
Pero dijo que no. Cerró los labios
y escuchó el gorgoteo de las sílabas
luchando por vivir a la intemperie.
Dijo que no. Y el tiempo oyó el silencio.
Luego, la vida hizo una pausa.
Y todo fue distinto: el dolor fue
más cauto, más sensato,
la lujuria lloró en su madriguera.
Y el tiempo inauguró sus máscaras:
hubo un pequeño espanto en los rincones,
temblaron los espejos agobiados
defendiendo impotentes el azogue.
Los pájaros callaron esa tarde
y la luna brilló blanca y sin manchas.
Ardió la noche como vieja tea
con la absurda avaricia de la muerte,
con su luto distante y pegajoso,
y un rencor resabiado y carcomido
descargó como lluvia en el desierto.
Entonces, sólo entonces,
oyó a su corazón ladrando
y se volvió despacio a los espejos
y los vio tiritar con mucho frío
y pedir compasión desde su escarcha.
Y no supo qué hacer con tanta desmesura:
cerró los labios y escuchó al silencio.

hoy me gusta la vida mucho menos / cèsar vallejo...


ocurre que mi poeta bello desaparece, o es parecido a esas luces intermitentes... y no dejo de pensarlo porque sè que està pasando por momentos difìciles.. y ya.. quisiera poder
apoyarlo màs.. pero no se puede.. hoy mientras pretendìa trabajar -mentira absurda- y me tomaba mi almuerzo -cafè muy caliente- recordè que me decìa mi poeta: "almuerza!" y yo terca...
en fin..
que a veces quisiera que las cosas me pasen a mì y no a quienes quiero... y para colmo de males se me cruzò cèsar vallejo por el camino... no es justo!



César Vallejo
Hoy me gusta la vida mucho menos...

Hoy me gusta la vida mucho menos,
pero siempre me gusta vivir: ya lo decía.
Casi toqué la parte de mi todo y me contuve
con un tiro en la lengua detrás de mi palabra.

Hoy me palpo el mentón en retirada
y en estos momentáneos pantalones yo me digo:
¡Tánta vida y jamás!
¡Tántos años y siempre mis semanas!...
Mis padres enterrados con su piedra
y su triste estirón que no ha acabado;
de cuerpo entero hermanos, mis hermanos,
y, en fin, mi ser parado y en chaleco.

Me gusta la vida enormemente
pero, desde luego,
con mi muerte querida y mi café
y viendo los castaños frondosos de París
y diciendo:
Es un ojo éste, aquél; una frente ésta, aquélla... Y repitiendo:
¡Tánta vida y jamás me falla la tonada!
¡Tántos años y siempre, siempre, siempre!

Dije chaleco, dije
todo, parte, ansia, dije casi, por no llorar.
Que es verdad que sufrí en aquel hospital que queda al lado
y está bien y está mal haber mirado
de abajo para arriba mi organismo.

Me gustará vivir siempre, así fuese de barriga,
porque, como iba diciendo y lo repito,
¡tánta vida y jamás! ¡Y tántos años,
y siempre, mucho siempre, siempre, siempre!

Lamporecchio

Lamporecchio
[Cuento. Texto completo]
Giovanni Boccaccio



Hermosas amigas, son muchos los hombres y mujeres majaderos que suponen que, por vestir a una moza con una blanca toca y una oscura vestidura, ha dejado de sentir apetitos femeninos, y de ser mujer, como si en roca la convirtieran al hacerla monja. Y si escuchan algo contrario a su convicción, se azoran como si algún gran y avieso mal se hubiese perpetrado contra la naturaleza, no pensando ni pretendiendo pensar en sí mismos, que poseen licencia completa para obrar como deseen hasta saciarse, ni reflexionando en el inmenso poder de la soledad y el ocio. Y muchos de aquellos también imaginan que el azadón y la pala, las comidas toscas, y las fatigas quitan por completo los deseos conscupiscentes a los trabajadores del campo y les hacen de ingenio y sagacidad muy romos.
Y, como los que así creen se engañan mucho, deseo aclarárselo con un relato, según la reina me ha mandado. Existía y aún subsiste en nuestro país un convento de religiosas muy famoso por su santidad, del cual su nombre no mencionaré para no mermar esa reputación. En el que, no hace mucho, residían ocho mujeres y una superiora, jóvenes todas, y vivía un hombre humilde que era hortelano de un hermosísimo jardín.
Y él, no contento con su paga, solicitó la cuenta a las mujeres y se regresó a Lamporecchio, de donde era originario. Y entre quienes con alegría le acogieron, había un labriego joven, corpulento, vigoroso y de buen semblante como de persona de aldea. Masetto se llamaba quien preguntó al recién llegado dónde había permanecido tanto tiempo. El hombre, que se llamaba Nuto, se lo contó, y Masetto le preguntó en qué servía en el convento. A lo cual Nuto respondió:
-Trabajaba yo en un amplio y hermoso jardín, y además iba a buscar leña por el bosque, y traía agua y realizaba oficios semejantes, pero me pagaban con tan poco jornal que ni para calzas me alcanzaba. Además, todas las monjas son jóvenes, y parecen que tienen el diablo en el cuerpo, de modo que nada se hace a su gusto, sino que, cuando en el plantío trabajaba yo, alguna llegaba y me decía: "Aquí coloca esto", y otra: "Aquello ponlo aquí", y otra, arrebatándome la azada, decía: "No está bien eso"; y tanto enfado me daba, que abandonando yo la faena me salí del huerto; así, entre una y otra cosa, no quise continuar más allí y me vine. Su administrador en cuanto partí, me rogó que si a alguien conocía de este oficio, se lo mandara, y se lo prometí; pero así Dios le haga tan sano de los riñones no pienso enviarle a nadie.
Oyendo Masetto las palabras de Nuto, sintió vivo deseo de estar con aquellas monjas, suponiendo que él podría cumplir allí sus deseos. Y, presumiendo que ello no ocurriría si decía algo a Nuto, le dijo:
-Bien has hecho en venir. ¿Qué hace un hombre entre mujeres? Mejor estaría con diablos, porque ellas, seis veces de cada siete, ni lo que quieren saben.
Y, acabados estos razonamientos, empezó Masetto a pensar cómo debía presentarse a ellas. Entendía el oficio de que Nuto le habló, pero temió que no le recibieran al verle demasiado mozo y bien parecido. Y, figurándose entre sí muchas cosas, imaginó: "El lugar es harto lejano de aquí y nadie me conoce. Si finjo ser mudo, de fijo me recibirán". Y, aferrándose a esta imaginación, echose la segur al hombro y, sin decir a nadie dónde iba, a guisa de pobre hombre entró en el convento, en el cual, al llegar, casualmente halló al administrador en el patio y, por señas, cual mudo, pidióle de comer por amor de Dios y ofrecióle, si quería, partir leña.
El otro diole de comer de buen grado y le puso ante unos troncos que Nuto no había podido partir, pero que el joven, que muy robusto era, en pocas horas cortó. El mayordomo, que necesitaba ir al bosque, le llevó consigo y, luego de hacerle cortar más leña, le puso el asno delante y por signos le indicó que lo llevara al monasterio.
Cumpliolo todo bien el joven, y el mayordomo, para que le sirviese en algunas cosas que le eran precisas, le tuvo consigo más días. Y, viéndole una vez la abadesa, preguntó quién era, y el otro repuso:
-Un pobre sordomudo, señora, que vino a pedir limosna y a quien he encargado algunas cosas que nos eran necesarias. Si supiese trabajar el huerto y quisiera quedarse, creo que nos prestaría buenos servicios, porque anda necesitado, y es fuerte, y podría hacer lo que quisiera. Y, además, no existiría peligro de que platicase con vuestras jóvenes.
A lo que dijo la abadesa:
-A fe de Dios que hablas en verdad. Mira si sabe labrar e ingéniate para retenerle. Regálale un par de zapatos y algún vestido viejo, halágale y dale bien de comer.
El hombre prometió hacerlo. Masetto, que estaba barriendo el patio, lo oyó todo y díjose, contento: "Si aquí me ponéis, yo os labraré el huerto como no os lo habrán labrado nunca". Viendo el administrador que el mozo labraba óptimamente, por señas le preguntó si quería quedarse allí. Y con señas respondiole Masetto que haría lo que a él le pluguiese, y cl hombre, aceptándolo, le impuso la tarea de cuidar el huerto y le mostró sus otras obligaciones, y luego, yendo a otras faenas del monasterio, le dejó. Y, trabajando un día tras otro, comenzaron las monjas a molestarle e importunarle y, como a menudo pasa con los mudos, le decían, no creyendo ser atendidas, las más injuriosas palabras imaginables. De lo cual la abadesa se curaba poco o nada, creyéndolo privado de oído como de habla. Y una vez que él había trabajado mucho y descansaba, dos monjas jovenzuelas que andaban por el jardín llegáronse a donde estaba y, creyéndole dormido, le miraron. Una, que era más atrevida, dijo a la otra:
-Si pensase que callabas, te diría un pensamiento que muchas veces se me ha ocurrido y del que tú también podrías aprovecharte. La otra respondió:
-Habla, que nada diré a nadie.
Y la arrojada comenzó:
-No sé si habrás parado mientes en lo estrictamente que vivimos, y en que aquí ningún hombre osa entrar, salvo el mayordomo, por viejo, y éste por mudo. Y yo muchas veces a mujeres que nos han visitado les he oído decir que todas las dulzuras del mundo son una burla por comparación a la que siente la mujer con el hombre. Por lo que muchas veces he determinado que, si con otros no puedo, con este mudo me he de ensayar, y más que es para el caso el mejor del mundo, puesto que nada puede ni sabría decir. Ya ves que es un mozallón estúpido, más crecido que sensato. Oiré tu parecer.
-¡Oh, lo que dices! -exclamó la otra-. ¿No sabes que hemos prometido a Dios nuestra virginidad?
-¡Oh -dijo la primera-, cuántas cosas que no se cumplen se le prometen todos los días! Si le hemos eso prometido, busca otra u otras que lo cumplan.
La compañera le dijo:
-¿Y si quedásemos embarazadas?
Su amiga alegó:
-Ya estás pensando en el mal antes de que llegue. Cuando se produzca, se podrá pensar. Mil modos habrá de arreglarse sin que nada se sepa, siempre que nosotras no lo digamos.
La otra, al oír esto, tuvo aún más ganas que la primera de probar qué animal es el hombre, y dijo:
-¿Y qué haremos?
La otra respondió:
-Ya ves que es sobre la nona. Creo que todas las monjas duermen menos nosotras. Miremos si hay alguien en el huerto y, si no, ¿qué otra cosa tenemos que hacer sino echar mano a éste y llevarlo a esa cabaña junto al manantial? Una puede estar con él y la otra estar al cuidado. Y como él es necio se plegará a lo que queramos.
Masetto oía este razonamiento y, presto a obedecer, no esperaba sino que le tomase una de ellas. Y habiendo las dos examinádolo todo y comprobado que de nadie podían ser vistas, la que había propuesto el lance, fue a Masetto y le despertó y él incorporose y ella, con obras lisonjeras, le tomó la mano, y mientras él reía neciamente, llevole a la cabaña, donde Masetto, sin hacerse rogar mucho, accedió a lo que ella quería. Y la monja, como leal compañera, una vez satisfecha, llamó a la otra y también Masetto se plegó a lo que ella quiso, sin dejar de mostrarse un entero simple.
Y así, antes de partirse, otra vez cada una quisieron saber cómo el mudo cabalgaba, y luego, departiendo entre sí, decíanse que aquello era tan dulce y más que lo que se hablaba. Y desde entonces, escogiendo horas adecuadas, iban a retozar con el mudo.
Ocurrió que, un día, una compañera suya las vio desde la ventanilla de su celda y se las mostró a dos compañeras más. Tuvieron ante todo razonamientos encaminados a acusarlas ante la abadesa, pero luego, cambiando de opinión, de consenso empezaron a participar también de Masetto, al cual, por diversos accidentes, las otras tres también hicieron compañía en varios casos.
Últimamente, la abadesa, andando un día de gran calor sola por el jardín, encontró a Masetto, el cual, durante el día, por la fatiga del mucho cabalgar por la noche, se había tendido a dormir a la sombra de un árbol. Y habiéndole el viento alzado las ropas, hallábase todo él descubierto. Lo que, mirándolo la mujer y hallándose sola, hízola caer en igual apetito que sus monjitas y, despertando a Masetto, se lo llevó a su cámara, donde le tuvo varios días, con gran desolación de las monjas al ver que su hortelano no salía a labrarles el huerto.
Y la abadesa probó y reprobó aquella dulzura que usualmente ante las otras solía censurar. En fin, mandole a su aposento y buscole otras veces, y como las demás le buscaban también, no pudiendo el hombre satisfacer a tantas, pensó que el seguir siendo mudo podría arrojarle gran daño, y una noche, estando con la abadesa, al separarse de ella, comenzó a decir:
-He oído, señora, que un gallo se basta para diez gallinas, pero que ni aun diez hombres se bastan para satisfacer a una mujer, de suerte que a mí me conviene servir a nueve. Por nada del mundo podría perseverar en ello, y aun con lo hecho, he venido a tal extremo, que ya no puedo hacer ni poco ni mucho, por lo que, o me dejáis ir con Dios, o buscáis remedio a este caso.
La mujer, oyendo hablar al que tenía por mudo, pasmóse y dijo:
-¿Cómo es esto? Te creía mudo.
-Señora -dijo Masetto-, lo era, pero no por naturaleza, sino por una enfermedad que me privó del habla, la cual solamente desde esta noche me ha sido restituida, por lo que alabo a Dios en cuanto puedo.
Creyolo la mujer y le preguntó qué significaba aquello de haber de servir a nueve mujeres. Lo contó todo Masetto, y la abadesa, advirtiendo que no había monja que no fuera más experta que ella, como discreta, y aunque sin dejar partir a Masetto, convino buscar remedio al mal con sus monjas, para que por Masetto no fuese el monasterio vituperado.
Y como en aquellos días había muerto el administrador, ellas, de común acuerdo, y revelándose entre sí lo hasta entonces hecho a escondidas, convinieron, con placer de Masetto, en hacer creer a las gentes del contorno que sus oraciones y los méritos del santo bajo cuya advocación estaba el monasterio habían restituido a Masetto el habla tan largamente perdida: y le hicieron administrador, y tan hábilmente se distribuyeron entre todas las fatigas del hombre, que él pudo fácilmente soportarlas. Y entre ellas, aunque bastantes monjitos el buen hombre generó, tan diestramente se llevó la cosa que nada se supo hasta después de la muerte de la abadesa. Siendo ya Masetto viejo, padre y rico, sin el trabajo de nutrir a sus hijos y costear sus gastos, habiendo con su agudeza sabido manejarse bien en la mocedad, volvió al sitio de donde había salido con la segur al hombro, afirmando que así trataba Cristo a quien le ponía cuernos en la cabeza.

 
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