no vas a ser un ángel

EL PLACER DE LOS ADVERTIDOS
NO VAS A SER UN ÁNGEL
Rafael Grillo

Se dice que el Cielo está negado a los suicidas. Que se escriban poemas recordando sus muertes --o sus vidas-- puede ser uno de los tormentos que les destine el más allá. Este cuaderno está dedicado a la memoria de Raúl Hernández Novás, un poeta grande que dio fin a su existencia con mano propia el 12 de junio de 1993. Los tres primeros poemas fueron nombrados con versos suyos. El cuarto transcribe a una probable lengua exclusiva de los sueños su soneto Recuérdame. El quinto es el poema que quizás hubiera escrito para el francés Gérard de Nerval (1808-1855), alguien que se le anticipó en las letras, en la vida y en la muerte. La sexta es mi visión de sus pasajes al acto quebradizo de
la locura.



I
El que ibas a ser está esperándote

Ya no basta la vida hay que viajar.
Raúl Hernández Novás

Regresa de la estación adonde alguna vez
se llevara a sí mismo por equipaje,
en la que tomara asiento en procura del viaje.
Trae en la solapa el tulipán negro que fabricó en un sueño.
Sobresale del bolsillo el pañuelo con que el sobrino duende
le dio lustre a la punta de los zapatos.

Casi elige impactarse contra el poste
al doblar la esquina, dividido entre:
1) evitar el coche marrón de los recién casados.
2) disciplinar los vaivenes de la pierna izquierda
--exhausta ya después de las seis de la tarde--.
3) zamparse a puros ojos el culo de la mujer
del cocinero de los altos.

¿Quién no bendice al hijo pródigo
que regresa de colonias lejanas,
aunque traiga más embustes para repartir
que fortunas por contar?

"Traigo en las medias manchones
del cieno de las marismas.
El mistral mediterráneo puso
el color del polvo en mis cabellos.
Arrastro el dolor de mi perro devorado
por un oso en el Klondike.
La culpa del asesino me persigue
desde que degollé por Carmen en Sevilla.
La linfa de los toros a los que desafié a muerte
me enrojece las uñas.
Devoraba café y croissants con apetito de hombre
la mujer de mi vida, y cuando adiviné que lo era
se la tragaban ya los pasadizos del metro de París.
Mi otro yo, el que a mi se parece como una gota a la otra,
es moro y mercader en Venecia.
Reencontré en Egipto a Alejandro,
el amigo de la infancia... ¡quién lo fuera a creer!".

Urde pasados su mente
mientras acaricia en el cuello
el recuerdo del duelo contra el tiburón.
Lleva de amuleto el colmillo del bruto
que le mordió pierna y balsa
--quizás, de todo lo que porta, lo único real.

Titubea, sin embargo, al llegar ante la entrada.
Se vuelve y enfrenta con la suya las miradas del vecindario:
Recelosas
(Aquella, la secretaria de la Asociación, la mujer del comisario),
Envidiosas
(La de enfrente, que te codiciaría hasta la bóveda del cementerio),
Ambiciosas
(Esa de al lado, la muy perra, te regalaría ahora su cachorrita
como la vendió antes al hijo del empresario).

Pero no se distrae más: he knocks to the heavens doors...
"El que ibas a ser está esperándote"
--le habían advertido--.
Y ansioso está por reencontrarse con
el verdadero.

II
Aloja los futuros espejos insondables

a L. L., gallina ciega siempre al pie de algún abismo

Tiene debajo del ala la verdadera oscuridad.
Ha buscado que el contraste de sombra y suelo
confunda a las legiones cabizbajas
(amenazadas con nubes de plumas y lombrices por venir).

Teje con hilos de Ariadna fugas
hacia el interior del gallinero.
Aloja los futuros espejos insondables en el nido.
Autografiados por enemigos que ya no volverán a serlo,
los oculta bajo piedrecitas pintadas y cadáveres de hojas.
Y empolla por vicio, con la misma obstinación paciente
que la caverna pare estalactitas.

"Aristóteles dixit es la clave de su oratoria.
Su verbo cosido a la carne petrificada del pico
ambiciona la sensatez de los muertos"
--ironizó alguno, poco antes de quedar aplastado
bajo el pisotón de un amante ofendido.

Cuando un gallo gitano indaga sobre el paisaje
tras la próxima colina, le dibuja en respuesta
el house tree person alrededor del buche.
La ceguera que le garantiza afectos y privilegios en el comedero
no es simulada, mas la verdadera oscuridad...

¡Ay! Aloja los futuros espejos insondables...
ambiciona... confunde a las legiones cabizbajas...
pare estalactitas con la misma obstinación paciente...
teje hacia el interior... dibuja house tree person...

Con tal despliegue de estrategias
poco tardará en imponer la superioridad de las gallinas ciegas.

III
¿No sabías que existía la ballena blanca?

"Pero... ¿no sabías que existía la ballena blanca?"
Y ella me deja asomarme al catálogo de sus ignorancias:
ahí, donde ni tan siquiera había preguntas
coloco verdades tal vez inútiles.

Capaz me cree de colocar una palabra
en cada centímetro de su silencio.
Como si fuera Budha inventándole el mundo
en cada exhalación.

"Pasa toda su vida donde nació: ese es el árbol".
"Corre hacia delante mirando detrás: así es el tiempo".
"Te espera adonde vas: esa es la muerte."
"La ves solo al caer y nunca cuando asciende: así es la lluvia".
Un día la sorprendo indagando
acerca del murmullo de las caracolas en el oído.
"Es el llanto de una mansión vacía", le digo
como piedra que sepulta otra incertidumbre.

Ella sopesa la inmensidad del mar y
la invito a descubrir sola la mentira del horizonte:
--¿Será que no es el fin de todo?
¡Me enferma que sostenga la duda donde halló solución!

--¿Qué es un hombre?
Como asumo que discierne sobre la razón de mi sexo,
le entrego mi opinión de solitario: "Es un Adán consternado
que se saca todas las costillas y ninguna Eva".

--¿Por qué no me amas?
Le dibujo mi corazón como una superficie lisa
y con bordes por los que resbalarían los cariños de los otros.
Omito adrede trazar las hendiduras.

Se palpa repetidamente antes de dispararme su sorpresa:
--Entonces... ¿es diferente al mío?
"Si". La engaño por segunda vez:
¡Cuán odiosa se me hace tanta inocencia!

IV
Decárueme...

Decárueme, pat efoi larambiloso
raste lour des un dai alí, ton perque.
Tru eke malabas im risona ferque
an im fudiso malar sas ulefiones.

Oin eke nin lobes , oin eke ti champoso
olar ulefiero noc golea im urpeta,
raste perseando kamo presmie arbieta
"Cantre, avin, Oix tie pligo eke derpones".

Ti promo eke Oix simos noc dupiera
pecir une balapra eke xiceplara
kámo avino sei malor, kámo is efueme.

Oin eke noc rastés, oin eke res alienera
lobe to imi yeos ta risona klara .
Ponpe ekuera eke rastes, decárueme...

V
Tarot para Nerval

Yo soy el tenebroso, el viudo, el inconsolado.
Gérard de Nerval, El Desdichado.

Miente el Tarot...seguro estoy que me miente.
¿O me consuela ella?
No llegarás tú. Nadie acudirá a la fiesta
en el castillo del IV de bastos. Esa pareja
que alza las coronas de flores
no saltará a la realidad: son apenas réplicas
de los ilusorios habitantes de los sueños.

De nada vale que el Príncipe incline
la balanza de la justicia a mi favor. Lleva el XI.
¿Habla de septiembre? Mal augurio. Y está a la izquierda.
Es una carta herética. El principio del fin:
"El equilibrio entre pasión y razón.
El espíritu lleva las bridas del instinto
y cabalga por el sendero del amor".
Pienso entonces: "Misteriosa ruta. Engañosa.
Estaba más seguro antes, instalado
en la paradoja de ser el maniquí de los deseos".
La pitonisa insiste: "Solo el corazón puede ser tu guía".
Mas, ¿cómo puedo dejarme conducir
por una copa vacía, desangrada por mil grietas?
¡Con tantos bastos que me ha dado la vida!

En ese VIII a la derecha,
es solo un ínfimo fragmento de ti
el que se retira hacia las sombras, mientras la mayor parte
--insiste la que inventa los destinos en las cartas--
celebra la epifanía del amor y la materia.

¿Por qué forzar a las profecías
a ser complacientes? Si yo me he reconocido entero
en aquel que pone río por medio entre sí y los placeres.
¡Y no llegarás tú para disuadirme!

Entonces me toca ser el ermitaño,
al que la opaca luz de la luna cree mostrar
el sendero a la montaña. ¿Para qué?
Si puedo recorrer el camino a ciegas, sólo
tengo que seguir las huellas de la soledad
en mi memoria.

VI
De vuelta al día de todos los días

De vuelta al día de todos los días
ingreso al hospital con los demás dementes.
El fantasma de una existencia anterior a los recuerdos
atraviesa el pabellón, me invita
a seguirle de nuevo a través del hueco
labrado en la pared para las fugas.
Me niego con el dedo extendido
y trazo luego un círculo alrededor de mi rostro.
Compruebo el nivel del agua en el vaso sobre la mesita:
sólo una pulgada se ha evaporado desde la última vez.
Maurice Blanchot, el enfermo de la cama de al lado,
no cesa de hablarme de la inminencia del desastre,
y alcanzo a fijar la frase final de su letanía:
"Aprende a pensar con dolor".
Pero ese consejo alguien me lo tendió ya
en una era remota donde no sirvió de mucho.
El médico pasa, me sonríe, tiende la pastilla.
Yo simulo, la guardo bajo la lengua, la escupo después
porque los placebos suelen producirme raras indigestiones.
Me acerco a mirar por la ventana,
una voz de adentro me dice que disfrute el paisaje
y razones no le faltan:
Afuera las bombas caen iluminadas como cristales de cuarzo.
Un elefante se desploma con un paso teatral
desangrado por la ausencia de uno de sus colmillos.
Parece que posa para la foto
ese niño que llora sobre la madre muerta.
Imita bien a Terence Hill el adolescente
que hace dar volteretas a la pistola
antes de descargarla sobre la perra del vecino.
Una mujer con el rostro idéntico al de mi madre
prepara la cena trescientos sesenta cinco del año
y me aquieta el hambre la visión del potaje y la ensalada.
Harto de tanta belleza y felicidad
me tiendo a reposar,
alcanzo a gozar de la blancura impoluta del techo
aunque la imagen de una noche estrellada y con luna,
salida de la pertinaz memoria de otro tiempo,
amenace con inquietarme.
El tipo de enfrente ha puesto muy alto melodías en la radio
y eso lo ayuda a dormir
hasta mañana
que es el único día.
.llegará un día, sin embargo, en el que se verá que esto vale más que el precio que nos cuesta el color y
mi vida, en verdad muy pobre.

viernes, 12 de septiembre de 2008

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