MAAAMMMBOOO...

EL PLACER DE LOS ADVERTIDOS
MAAAMMMBOOO...
Leonardo Guevara


Hay un hombre viejo que baila en la calle del Obispo con arrugas en su frente. Arrugas en las que un buey podría arar la tierra, en las que otro hombre podría dejar sus huellas, en las que un pueblo podría desfilar también para reclamarle al gobierno. Yo me ahogo en el sudor de su frente, en ese sudor que se convierte en océano para borrar las huellas del buey, del hombre y hasta de un pueblo, pero nos pide que bajemos a las profundidades para atraparnos para siempre.
Yo sufro. Le hablo a ese sujeto. Le miro desde una posición que transgrede la imagen.
Ese hombre viejo tiene una malformación. Baila y la muestra a todos los transeúntes mas no quiero preguntarle al espejo ni ver sus ojos en los míos. Su actuación me traspola a la fiel imagen de algo por venir. Yo le veo cansancio en los ojos. Aun así sigue bailando en la calle del Obispo. No se si para turistas o por amor al arte.
Hombre viejo que baila en mi interrogante ¿tú nos muestras el defecto por la necesidad de pedir?
EL PARQUEBOTE
Para mi hermano Ariel, para Juan Carlos
El agua sobre el cuello del deseo. La desesperación oliendo a sal, entrando en el parquebote donde nadie puede merodear mas de treinta minutos diarios y lo permitido es mirar al horizonte y devolverte a tus bloques: a los proyectos del agua con sal entrando en la nariz.
Tú no sabes bajo qué bandera navegan estos botes --no hay nada que los identifique--, aun así no puedes entrar al parquebote donde nuestro patriotismo regresa de la guerra y es confiscado para evitar el tráfico.
Pero no tienes un bote, no has visto tierras trasatlánticas, menos correr sobre el océano Pacífico al hombre dios desnudo. Solo tienes ojos y un placer mental: No más de treinta minutos diarios para mirar el horizonte.
S/T
No te detienes en circunstancias de límite. No ves reflexión en el gesto que engendra, solo recuerdas la ponzoña en lo mas sucio de su seno. Un comentario --dijiste-- tirado en la esquina como un perro cualquiera
Yo reconozco lo flácido de la idea. Hago un charco. Los peces saltan, buscan y prefieren ser ensartados por la falta de luz. Nosotros nos vamos del péndulo. Equilibramos la vibración para no caer más bajo de lo que estamos. Nos hundimos con piedras en los bolsillos imitando al mito. Tú miras con desprecio la ontología.
Recordar la ponzoña --dijiste-- y me deshechas como a un seno cortado sin el roce de otro pecho. Te da repulsión ver. Vomitas mientras regreso en el limite dado a la reflexión.
LA MAQUINARIA 2
Me levanto a las 3 de mañana. Voy a la fábrica, hago la línea entre discusiones por el trabajo y caras resentidas. Pongo las cajas sobre las manos. El olor a shampoo me hace resbalar y desconfiar de cualquier sentido. Cargo las cajas como si fueran mi prole, nada puede caer.
Me levanto a las 3 de la mañana. Debo cruzar el parque. Me han dicho "Cualquier disparo busca a un cuerpo, es mejor no pasar". Yo no veo el peligro que existe y me toca, ya las cajas de shampoo me besan como lo haría la muerte, también le dan de comer a mi madre y a su útero extirpado, a la tuberculosis del que duerme bajo la nieve. Soy la elite del servicio.
Me levanto a las 3 de la mañana. Paso la frontera y no me detengo. La máquina está muy cercana a mi. (Yo) Hago sus movimientos en cada paso que doy. Me hace odiar al parque y a los gansos que corren buscando sus migajas, más me inserto en ese papel que me dan como pago, deuda o sacrificio.
Me levanto a las 3 de la mañana. Soy una máquina más.
EL ABRIGO DE BRODSKY
Fuimos a bailar donde el lujo. Ella compró un abrigo muy elegante de precios bajos en el catálogo, de esos que no tapan ni los pensamientos. Mi esposa y yo tenemos nuestros abrigos caros, pero los usamos tanto que no lo parecen. Los pongo en una percha y en buen lugar. Ella nos sigue y cuelga el suyo, no sabe si dejarlo o no, le pregunta al otro amigo, creo, no entiendo lo que hablan. Al final deja el abrigo. Tomamos unos tragos, me pregunta si dejó su abrigo en un lugar seguro. Digo: Sí (no imagino a nadie robándolo. Aunque hace tanto frío que si yo no tuviese uno me robaría cualquiera. Por supuesto no le dije).
Compramos cerveza. Ella no se siente atendida y llama al bartender: Hellowwwwww. Ya mi esposa había pedido, creo, sintió vergüenza. Ella estaba muy preocupada por su abrigo, casi no podía hablar sin mencionarlo. Pregunta --otra vez-- si estaba seguro. Le digo, si tus muertos te dicen que no lo está ve a buscarlo. Ella se levanta del asiento y grita ¡cojones! Sale desprendida a buscarlo.
Regresa con su abrigo y se sienta. Ya estaba feliz. Mi esposa seguía hablando con el cineasta, amigo de intelectuales hundidos dentro de la isla y de los ahogados afuera. Yo tomaba mi cerveza, me di cuenta que estaba sentado sobre una bufanda negra, al parecer cara. Le pregunto si la quiere porque mi mujer no usa ese estilo. La acepta.
Me imagino leyendo a Brodsky, creo que el poema dice: veo desde mi ventana a una mujer con un abrigo sucio. Pienso, si lo lavara no se vería tan mal. Ella cruza la calle y entra a la librería. Mira uno de los libros de un poeta llamado Joseph, creo, lee un poema sobre una mujer y su abrigo. Pregunta por el precio del libro, dice: con ese dinero podría lavar mi abrigo.
No sé realmente si es Brodsky el poeta.
Bajo al sótano y lavo la ropa, prendo las máquinas. No soy experto pero al menos tengo idea. Yo bajo porque es un lugar macabro para que lo haga mi mujer (sabemos que hay un violador en las noches, y un vecino que chatea todo el tiempo, y de sujetos así se debe desconfiar).
Las ropas salen sucias pero me dan la idea de estar limpias. Sé que no debo lavar mi abrigo en este tipo de máquina común, pero solo pago 1.75. Echo mi abrigo dentro. No me imagino a Martí lavando su abrigo, quizás alguna voluntaria del partido lo haría por él, pero yo no soy ninguno de los buenos José que ha dado la historia. Yo debo lavarlo y secarlo, luego salir a la calle al menos con un buen olor. Me pregunto si Martí iba a sus reuniones de tabacaleros con un abrigo sucio y mal oliente. Debo releer a Martí.
Vuelo en una vida buena, uno puede subir sin un abrigo que lo hale a la tierra, al final el abrigo es un peso, digo, cuando los pies están en la tierra la cabeza debe de estar en el cielo, si no, ves los defectos propios y ajenos. La paranoia-lógica que espera atacarme lo hace disfrazada. Doy un golpe, a veces dos, ella da su marihuana porque espera algo. Yo desconfío pero acepto. Entonces quiero bajar a buscar mi abrigo. Imagino al vecino masturbándose frente a la computadora y limpiando su leche con mi abrigo, eso molesta a mi moral --el precio que he pagado para tener un abrigo así--. Veo otras hipótesis: un violador roba mi abrigo y la CIA busca a un sujeto idéntico al mío.
Algo me dice que debo recogerlo seco o mojado aunque se que nadie me robaría. Según la lógica aquí no.
Me levanto de la cama voy escaleras abajo.
Si alguien ha de morir debe hacer todo lo que quiere
Ya no pienso en suicidarme aunque esta forma que tengo de escribir le dice al psiquiatra que sí. Hacerlo en realidad lo pienso, pero mato esa idea. El budismo Zen --no lo practico-- mas me aconseja no hacerlo. Ella se va a ahogar sobre el café que toma, eso le da más placer que el mismo sexo. Si alguien le diera a escoger, ninguno de nosotros vamos a ser los elegidos, a pesar de nuestra convincente demagogia, ella escogerá el café.
Yo escojo la escritura, muerta por la palabra hago que explote. Tengo una enfermedad llamada flujo cerebral que me desborda la copa. De ella tomo, lo hago como esa chica que sabe que va a morir. Esa imitación me da un aire gay, de ahí mi suerte.
Ya todo se está secando y sería bueno grabar la imagen, mas tras el espejo todo se tergiversa. La reflexión de la luz hace perder la realidad del cuerpo que se quiere grabar. Ya la escritura no da mucho, es mejor grabar cosas sencillas: un lagarto arrastrándose en la ventana, una mosca siendo comida por un lagarto, una hormiga siendo comida por el lagarto. Un lagarto mirándome y deseando comerme. Una hoja cae.
Ella se va a morir, por eso todo el café y cigarro. Uno debe darse sus gustos antes de irse de esta vida. Mi psiquiatra piensa que voy a suicidarme. Le llamo y no responde. Él lustra sus zapatos para el día del entierro, ya el traje ha sido almidonado. Pero en mí todo es ficción-escritura, flujo de palabras. Sólo en los momentos más reales trato de fijar la imagen pero el color se me dispersa, solo se salva para la contemplación del ojos.
Yo no me voy a morir, quizás ya lo estoy. Ella toma demasiado café. Cigarros todo el día.
EUTANASIA
El perro ha envejecido, da muestras de cansancio y obesidad. Ya no ladra. Sólo enseña dolor en cada aullido por el cáncer que le come. Yo debo aullar en la misma ahora que lo hace el perro, debo de disfrazar mi dolor en el suyo, hacerme su cómplice y no mostrar mi dolor.
El dueño decide matarlo. Su esposa ha llorado todo el día, se ha puesto su vestido más sexy, sus teticas apretadas. Él cava una tumba, ella toca al perro ya sin vida sentada sobre la hierba, sus ojos rojos por las lagrimas secas nos dicen que ha amado más a ese perro que a su esposo. Ella se inclina para besarle el hocico. Nunca he visto a una mujer más bella.
Yo en la noche cruzaré la cerca, le pondré flores en la tumba.
***
La servidora me sienta a la mesa. Remueve la propina. En su mano derecha tiene tatuada alguna cosa. Le pregunto qué significa, ella dice mariposa. Realmente no parece una mariposa, siquiera como símbolo, pero he de creerle. La mesera me pregunta si estoy listo, si sé lo que quiero. Yo he estado toda mi vida tratando de saberlo. (He tenido la ilusión en un cristal, que me delimita el espacio convirtiéndome cual mosquito que ha entrado a chupar sangre y después de saciado regresa a una planta a morir). Digo, no sé lo que quiero. Ella me da tiempo.
Otra servidora mira nuestra mesa y pregunta por su propina. Finjo no saber. Mi mesera pide con sus ojos no ser delatada. Le pierdo todo el respeto que podría sentir por el símbolo en su mano. La otra mesera piensa que soy un ladrón.
La cuestión aquí es la existencia de Dios para ver cuánta maldad existe. Mas, si no hay un dios que nos mire, deberíamos hacer cualquier cosa.
***
Leonardo se fue a Inglaterra. Llamará semanalmente a su madre para hablarle de la fina lluvia, del abrigo, de los vecinos que no le saludan. Es que esa gelidez del clima y del alma hacen a cualquiera deprimirse. Leonard, luchador contra monedas y canallas, sobrevivirá. El es más avispado que nosotros.
Sentados alrededor del teléfono una vez por semana para tener noticias. La palabra Inglaterra sonaba tan grande en la boca. La palabra frío tan chiquita y masticable que la esperábamos siempre. Leone el héroe, le describía a su madre el penthouse en que vive y esta nos lo hacía a nosotros, que esperábamos contando los días, las horas, los muertos del barrio, los suicidas. Solo Leo nos sacaba del tedio una vez por semana.
Hoy llamará a la hora de siempre. Aquí un sol tremendo. Allá la lluvia sacándole su enfermedad por casa. Aquí su madre le grita "cojones, resiste que eres un hombre".
Mas esa mujer que no es mi madre, no sé por qué me ha doctrinado para bien y para mal.

sábado, 6 de septiembre de 2008

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