El tiempo, la distancia

El tiempo, la distancia

Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro,
(www.cubanet.org)


Waldo Leyva fue mi amigo. Ya no nos vemos nunca. Siquiera sé si alguna tarde nos recordamos, si hablamos uno del otro con amor o rencores. Dos hombres que se encuentran son un universo convulso con rincones gemelos, con huracos dispares; y son también la misma nimiedad que espera perpetuarse. El tiempo, la distancia, los perfila y compone, los ubica y desecha, los encumbra o sepulta, pero el punto donde una vez concurrieron, donde se cruzaron sus azares se torna cipo caminante que confunde la memoria, ya para ennoblecerla o prostituirla, porque, al fin, se conoce -se aprende- que no hay más perpetuidad que la nobleza del instante en que dimos el abrazo o la bofetada. Los odiadores, los resentidos vituperan la memoria, los que disfrutan su verdadero, exacto sitio, la engalanan. Yo voy a hablar del amigo que fuimos.

Conocí a Waldo Leyva hace más de treinta años. Estábamos hechizados entonces. La vara del prestidigitador nos había, supuestamente, fabricado un destino. No sospechábamos entonces que el despertar sería tan patético. Los estoicos se aferraron a seguir creyendo en el hechizo, aún después de descubierto el truco; los ingenuos sufrimos una conmoción que nos separó del prodigio, ya sabíamos que sólo se trataba de un juego de manos, y a los ingenuos les cuesta mucho dolor saber que se les ha hecho trampas. Quizás, ahí, divergimos.

Cuando nos conocimos era "una raya articulada / que respira / que enseña los dientes / que bosteza". Enteco, alegre, bondadoso, se ganaba las muchachas y los amigos. Quizás jugábamos a la felicidad, a que todo marchaba muy bien, a que teníamos un sitio asegurado en el friso que mandarían a construir a nuestras memorias. Hoy sabemos, él lo dice desembozadamente, que "Yo nunca fui feliz. He buscado desesperadamente la felicidad. (...) Ha sido inútil. No soy feliz y aquellos que me tocan tampoco pueden serlo". Porque, al fin comprendió que "Una fría oscuridad ni siquiera soñada / convertirá en un ojo negro / al universo más hermoso del espacio sin fondo" y "Nada, ni lo que escribo ahora, me salvará".

Ya no es aquel muchacho desenfadado que creía en el futuro. Hoy es un señor con muchas canas y cierto atildamiento que dice sus poemas por la televisión aún cuando, ayudado por Lezama, descubrió que "lo acecha esa mueca de olvido programado, / la astuta indiferencia, el gesto calculado, / ese silencio nuestro tan pérfido y rocoso". Y es que Waldo Leyva no cesa. De alguna manera se convenció, como Hemingway, que "Un hombre puede ganar o perder muchas batallas / pero sólo será realmente derrotado / cuando no sea un sueño quien levante la espada". Y en eso seguimos coincidiendo, seguimos soñando, seguimos levantando la espada, aunque nuestras visiones sean diferentes.

Pero más que nuestras coincidencias o divergencias me une a este poeta la belleza de los recuerdos. Lo vi durante muchos años dedicarle más tiempo a sus quimeras de promotor cultural que a la poesía -escrita, que de la vivida hizo mucha. En cada acto de su vida, ya como profesor en la Universidad de Oriente, ya como organizador de centros de estudios, ya como editor de revistas y libros, puso siempre la poesía sencilla que lo puebla. Waldo Leyva no es un poeta de mucha cetrería metafórica ni espectacularidades del lenguaje, no gusta de los juegos de palabras ni las ingeniosidades vacías. Va al concepto, a la esencia depurada, al verso limpio y decidor. Aunque fabricante de exigentes estructuras, como el soneto o la décima, en las cuales se desenvuelve con la gracia de la mejor tradición hispana, no es el continente lo que desvela al poeta, va más al contenido, sin descuidar, ni por asomo, la forma perfilada expresiva en sí misma.

Mas, ¿por qué digo a estas alturas de la poesía de Waldo Leyva las cosas que, seguramente en corrillo más íntimo, ya dije alguna vez? Pues el motivo es simple: acaba de aparecer por la colección Contemporáneos de Ediciones Unión el libro La Distancia y El Tiempo, una especie de antología personal que agrupa la mayor parte de la obra poética de Waldo Leyva, y quise hacerle saber a este amigo distante que ni la distancia ni el tiempo ni las divergencias políticas me privarán nunca de degustar la poesía cuando es auténtica, y compartir con los demás ese regusto sustancioso y agradable que deja la lectura de un buen libro.


LA DISTANCIA Y EL TIEMPO

Tú estás en el portal, apenas has nacido
caminas hacia el mar y cuando llegas:
tienes el pelo blanco y la mirada
torpe.

Desde a costa se ven las tejas rojas de la casa.
Si quieres
regresar, ya no es posible;
a medida que avanzas se borran los caminos.

Tu camisa de niño aún está húmeda
y veleta de abril en el cordel
indica para siempre la dirección del viento.

Qué gastadas las uñas,
qué frágil la memoria,
qué viejo tu zapato por la arena.

Waldo Leyva

miércoles, 14 de mayo de 2008

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