HOY DECIDÍ MUDARME...


Hoy decidí mudarme
y conmigo se mudarán otros,
como los sumideros de silencios
y los tráfagos y mi víscera más diminuta y virginal.

Se mudarán las marcas de mis dedos,
los cilios de mis miedos,
la lámpara del primer desliz,
el año pasado, el beso muerto en un instante;
el veneno del proceso se mudará de espacio,
se secará en la copa de esta torre
erguida sobre las ruinas de mi exilio,
se arrugará y florecerá dos hálitos
violáceos disparados hacia toda la tierra.

Me despellejaré del tiempo al viento
sin prisa de ver ni de ir
sino de empacarme, desempolvarme,
arruinarme la seguridad de mis pasos y la de mis tartamudos
sueños, dar una manita de gato a la luz de las mañanas
y recoger los
restos de uñas de las paredes,
de las almohadas,
recoger cada vestigio
de sombras madrugadoras
y todos los nombres, todas las sales,
los gemidos y el arroz con pintas verdes;
envolver en papel de plumas los
telones de bolsillo roto para husmear en el olimpo,
apilar el verbo y
refundirlo en un aguacero sordo,
amasar la piel hasta el desvanecimiento.

Hay tantas cajas de cartón en las esquinas,
llenas de horizontes quebradizos,
llenas de voces amigas y otras canciones
que caben en mi solsticio eterno
de gritos para ser hilvanados,
de tuertos crímenes
perfectos de criminales australes,
míos, nuestros, vuestros;
cajas de cáscaras también,
cáscaras de humo degollado en el lavabo,
duendes cantantes habitantes del número siete,
hambrientos, peregrinos amantes de
todo vértigo, míos y solamente míos como si de criaturas dijera su génesis
y me los comiera con ansias famélicas hasta el letargo,
hasta encarnar
en sus espíritus y verlos volar
metidos en esas cajas vacías,
en mis células perfumadas con el aroma de sus miramientos
hasta vestirme de sus
pieles y desescamarme de mendicidades minusválidas
que ya no peinan las olas
ni rezan la espuma que me hizo fuerte.

Seres míos que dejaron sus
lágrimas en dibujos sobre esta jaula,
que se quitaron las togas que caían del sol
y anochecieron y atardecieron y amanecieron así de desnudos,
con la hoja de parra del poema,
con la visita de los clavos en el pecho
y un trago de uva para asentar arenas,
para sedarnos como parte de la terapia grupal,
para pintarnos las bocas de palabras,
de cama, sí. De canas.

Mudarme porque he visto harapienta una huella mía
al subirme al muslo bohemio de cada buenos días;
mudarme por el hastío de respirar igual,
de aspirar por los poros del vacío,
de amagar un vórtice agazapado
en crisálidas perpetuas,
en el debajo que no tiene mi lecho.

Mudarme por vicio,
mudarme con las manos en alto,
con las alas lésbicas y con espanto,
de la mano de todos y ensartando adioses,
siempre adioses, siempre comienzos y horquillas
donde quemar monigotes y
jubilar guitarras de combate;
mudarme de sangre, que es lo que importa
(de vez en cuando),
cuando hay hacia el centro un horno donde el
hollín se vuelve esfera anaranjada,
donde incineran a los anillos de la vida
y así van junto a los surcos,
labrando el espiral,
colmándolo de aguas herbales,
de juncos y flores con ínfulas de jazz.

Degüello múltiple es esta mudanza,
la decapitación de los recuerdos a pesar de la coraza,
del verdugo de la higuera
o del semillero de versos,
de hermanos, de camaradas,
mariposas de menos de un día.

He decidido esta mudanza
y conmigo se mudarán otros,
aprendices de andarse en andrajos,
los que acaso han vuelto al parnaso,
quienes tuvieron sexo con
el ombligo de la creación,
los parapetos del mundo,
devotos al uno de la verdad,
al uno del origen.

Los unos, los otros,
nosotros, los
yoes...

Mis bosques se mudarán
a un pedazo de capullo,
a uno de
sus hilos amarillos,
allá donde todos
tejemos nueva casa.

sábado, 29 de diciembre de 2007

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